A veces el cine tiene que demostrarnos que ver no significa comprender, que las cosas son vistas desde ángulos distintos, que el "ver para creer" es algo ilusorio. La película del gran director japonés Hirokazu Kore-eda no solo es una lección de cine, sino una lección de vida.
La
historia que Kore-eda nos cuenta es una subversión del mirar y, por ello, de la
neutralidad objetiva de la mirada. Todo ocurre a la vez y solo el relato (en
cualquiera de sus versiones, como novela, cuento, película...) nos hace creer
en la linealidad. Lo expresaba Aldous Huxley en los primeros párrafos de El
genio y la diosa: solo lo escrito tiene sentido; la vida no. Comprendemos películas
y novelas, pero apenas podemos comprender lo que ocurre ante nuestros ojos, que
no es sino el resultado de miles y miles de líneas que se cruzan en ese punto.
La
película de Hirokazu Kore-eda es un recordatorio de que el papel del
espectador, agracias a un artificio constructivo, es el de fingir que la vida
tiene sentido y olvidar por unos instantes la ficción de la ficción.
La compleja
historia que nos cuenta esta película, ganadora en Cannes del premio al mejor
guion, obra de Yuji Sakamoto, nos lleva de niños a adultos, de familia a las instituciones
educativas. Nos maneja a lo largo del filme para que vayamos modificando
nuestras creencias, basadas en las apariencias, algo que pasa a ser
consustancial en lo que se busca.
Las
interpretaciones son capaces de establecer las máscaras sociales, la forma en
que nos manifestamos y construimos unas identidades ajustadas a lo que
necesitamos. La idea de máscara, necesaria ante la presión social, afecta a
unos y otros, en todas las edades, quedando pocos espacios y momentos en los
que se puede ser uno mismo.
La película, como hablan los niños refiriéndose a sus propios juegos, realiza un renacer continuo, un ejercicio de retroceso hacia una verdad que nos elude. Para ello la forma de estructurar la historia es esencial.
La
película de Hirokazu Kore-eda nos muestra un buen momento del cine japonés, que
se adentra en historias tras esas apariencias. Cuando Roland Barthes llegó a
Japón dijo encontrarse en "El paraíso de los signos", título que dio
al resultado libresco de su visita. Todo era signo, es decir, apariencia; todo
debía "leerse", interpretarse. Eso se nos pide hoy, que regresemos
más que al paraíso, al infierno de los signos.
Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Monstruo
(2023)*
Director:
Hirozaku Kore-eda
Guionista:
Yuji Sakamoto
Música:
Ryuichi Sakamoto
Intérpretes:
Sakura Andô, Eita Nagayama, Soya Kurokawa, Hinata Hiiragi, Mitsuki Takahata...
Duración:
127 minutos
Producción:
Japón
* Blue-ray
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