viernes, 6 de marzo de 2020

Cuestión de justicia (2019)


 El gusto por los filmes que digan algo caracteriza las tres películas del director de origen hawaiano Destin Daniel Cretton (1978), del que se ha estrenado esta última semana el filme Cuestión de justicia (2019). Las dos primeras fueron Las vidas de Grace (2013) y El castillo de cristal (2017), ambas películas para pensar durante la proyección y dedicarle un buen rato a seguir haciéndolo, a ser posible el resto de la vida.
Cuestión de justicia es una película judicial, un subgénero norteamericano que tiene su razón de ser porque los agujeros del sistema son muchos, en especial en relación con las profundas desigualdades en el acceso a la justicia causadas por el racismo, en especial en el Sur de los Estados Unidos. La película transcurre en Alabama, estado al que llega un joven abogado afroamericano recién egresado de Harvard que decide ejercer en un bufete (una Iniciativa para la Justicia) para ayudar con asistencia legal en los casos en los que, al revisarlos, se dan cuenta de que los condenados han sido mal asesorados o, sencillamente, dejados a su suerte.
El descubrimiento de la flagrante injusticia aplicada sobre los negros, que son mandados al corredor de la muerte incluso antes de celebrarse el juicio, la asignación de abogados a los que nada les importa el caso, la manipulación de pruebas o la ignorancia de la exculpatorias, etc. supone un revulsivo de las conciencias, algo a lo que no escapa el espectador en su butaca.
Hay películas que cuentan historias y hay películas que cuentan la Historia. Cuestión de justicia es de estas últimas, basada en casos reales, con personajes reales cuyo destino se nos muestra desde la impotencia de ante un sistema cuyo único sentido es mantener a los afroamericanos al otro lado de la valla.


La película está ambientada en los años 80 y 90 y se sitúa espacialmente en Alabama, pero en un lugar muy simbólico: el pueblo de Monroeville, el lugar donde transcurre la famosa novela (Harper Lee) y película (Robert Mulligan), Matar un ruiseñor. Este dato es importante para el simbolismo de la propia película pues se muestra la distancia existente entre un pueblo que le ha dedicado un museo a Harper Lee y el pueblo real, que sigue practicando un brutal racismo treinta años después.
Como es sabido, Harper Lee solo escribió una obra, Matar un ruiseñor, basada en su infancia en el pueblo, con su padre abogado —Atticus Finch, interpretado por Gregory Peck— y durante un juicio contra un ciudadano negro. La historia del caso del juicio guarda muchos paralelismos con la propia obra de Lee. Aquella niña de entonces llegaría a ser fiscal. En 2015, un año antes de su muerte, se publicaría una novela que de alguna forma era el primer borrador de lo que sería más tarde Matar un ruiseñor, ganadora del Pulitzer.
La película nos cuenta una historia real, la del condenado a muerte Walter McMillian (Jamie Foxx), acusado de haber matado a una  mujer blanca y cuyo juicio ha sido un despropósito de arbitrariedades, falsas acusaciones y manipulación. Al pueblo llega Bryan Stevenson (Michael B. Jordan), un joven abogado que ha decidido revisar los casos del corredor de la muerte, que trabajará junto a una joven psicóloga, Eva Ansley (Brie Larson).


La película cuenta con una realización puesta al servicio de la historia —excelente guión del propio director, basado en la obra del propio Bryan Stevenson contando su historia— y de los actores, todos ellos magníficos en sus papeles. Foxx, no siempre ocurre, está aquí medido dando vida convincentemente al condenado, mostrando sus fases anímicas en función de las esperanzas y su propio sentimiento de culpa respecto a su familia. Realmente magnífico está Michael B. Jordan, que es capaz de transmitirnos su horror ante el espectáculo social de la injusticia que el racismo sostiene en el pueblo de Monroe. Brie Larson repite con el director, ya que era la protagonista de Las vidas de Grace. Su papel es más modesto pero lo cumple con enorme eficacia en las dos o tres escenas comedidas que tiene en el filme y con su presencia. Larson es una gran actriz, ganadora de todos los premios con su La habitación, una actriz capaz de todos los registros.
Hay que resaltar un papel en la película, el del preso acusador, Ralph Myers, con el actor Tim Blake Nelson, en una interpretación compleja, psicológica y físicamente. Es la pieza determinante en el juicio ya que sobre él se basaba la acusación. El actor sabe dar las transiciones de un personaje, mezcla de víctima y villano.
El guión trata de marcar los cambios en distintos personajes ante la evidencia de la injusticia cometida. La realización sabe darle el tono a los momentos, como en la secuencia de la ejecución de uno de los presos en el corredor de la muerte y su despedida por los compañeros, una magnífica interpretación del actor Rob Morgan.


Una película con un buen tono en todas su líneas y que tiene a su favor la voluntad de denuncia de un sistema injusto. El cine es muchas cosas, entre ellas la posibilidad de actuar sobre la realidad reflejándola. Si sirvió de algo la novela de Harper Lee y la película de Mulligan en los 60, esperemos que la película de Destin Daniel Cretton sirva también para sacudir las conciencias. Las buenas intenciones se olvidan pronto y la situación norteamericana, a vueltas con la presión del supremacismo blanco de la época Trump (y la post Obama) vuelve a requerir nuevos esfuerzos.
Cuestión de justicia es una reivindicación de lo obvio, de aquello que —como se nos dice— es lo que propio sistema promete, pero no cumple. No es nada extraño lo que se pide. Solo justicia.
J.A.


Cuestión de justicia (2010)    
Director: Destin Daniel Cretton
Guionistas: Destin Daniel Cretton y Andrew Lanham (guión) y Bryan Stevenson (libro)
Intérpretes: Jamie Foxx, Michael B. Jordan, Brie Larson, Charlie Pye Jr., Michael Harding, Christopher Wolfe, Michael B. Jordan, J. Alphonse Nicholson, Adam Boyer, Jacinte Blankenship, Bryan G. Stevenson, Brad Sanders, Charmin Lee...


domingo, 1 de marzo de 2020

El hombre invisible (Leigh Whannell 2020)


Lo interesante de los remakes es ver cómo se adaptan a sus propios tiempos. Estamos en otros tiempos y los temas viejos necesitan de labor de ajuste a las necesidades y nuevas formas de expresión. En la cultura, lo que no se recicla se pierde. "El hombre invisible" (2020), dirigida por el actor, guionista y director australiano Leigh Whannell es un ejemplo de reciclado a los nuevos tiempos. Esta es su tercera película y las tres han estado dentro del género de terror (Upgrade e Insidious 3)
En realidad, la estructura del "hombre invisible" es muy sencilla y así se ha solido presentar en adaptaciones anteriores, que nunca han dejado de faltar. Una versión sobre la invisibilidad la tuvimos en El hombre sin sombra (Hollow Man 2000), interpretada por Kevin Bacon y Elizabeth Sue, dirigidos por el holandés Paul Verhoeven. La película todavía se repone en nuestras televisiones. Ha sido la ciencia ficción lo que ha servido de cimiento, con sus toques de terror inquietantes, bajo la etiqueta del "científico loco", un Prometeo castigado por desafiar la lógica del mundo.
Sin embargo, esta nueva versión ha preferido dar un paso más y convertirse en una fábula, situando el centro no en la tecnología (el peligro de su descontrol), sino en los terrores que nos acosan todo los días. Con ello, de los peligros de la Ciencia descontrolada hemos pasado a los peligros del acoso y del maltrato y al no ser creída la víctima. El eje narrativo se desplaza así del inventor a su víctima, la esposa.


En las versiones tradicionales, el grupo era acosado por el compañero científico descarriado. Aquí la soledad es la principal enemiga de la persona a la que se ha aislado para su control.
Normalmente es ese aislamiento al que están sometidas las víctimas, una distancia social con los demás, lo que hace que sean difícil de creer las situaciones que cuentan dentro de la estrategia manipuladora que se le ha aplicado.
Leigh Whannell sabe aprovechar las buenas dotes de la protagonista, una estupenda Elisabeth Moss, capaz de pasar por los diferentes registros que le provocan las situaciones de acoso. Moss lleva el peso de la película ya que le toca sobrevivir como incomprendida en un mundo poco receptivo. Eso supone que pasa la mayor parte del tiempo desesperada, por decirlo así. Aunque estamos de su lado, percibimos en ella la paranoia que ven los que no la creen y cómo su soledad va aumentando.
La metáfora social es clara y no necesita de mucha explicación. Son las deformaciones morales del acosador, posesivo y narcisista, que castiga a sus propias víctimas. La idea de un narcisista invisible podría parecer descabellada, pero es la invisibilidad la que ofrece más poder y control sobre los demás. En este sentido, la fábula se sostiene.


Los demás actores, especialmente Oliver Jackson-Cohen y Michael Dorman, en su papel de hermanos, dan bien el inquietante registro que se les ha encomendado. Igualmente, la australiana Harriet Dyer, en el papel de la hermana de la protagonista, sabe reflejar todos los matices de la complicada relación entre ellas. Quizá la película hubiera ganado algo si en vez de preocuparse por discutir quién ha mandado un email, se centrara en los motivos psicológicos por lo que la hermana cree con tanto convencimiento que ha sido ella.
En este sentido, la película adolece de ciertos baches en los que se trata de desarrollar lo que ya lo está o no se desarrolla lo que se debería desarrollar. Quiza su metraje por encima de las dos horas podría haberse reducido en la parte final, lo que hubiera mejorado el ritmo y se habrían dejado algunas incongruencias fuera. 
Algunas reacciones son poco convincentes, más en los personajes que le rodean que en ella. No es tanto problema de los actores, que cumplen, sino un problema de guión, de cómo se han escrito sus escenas. Por muy fantástica que sea una película, la congruencia es necesaria.


Como adaptación de una obra de H.G. Wells sobradamente conocida, la película introduce esas interesante innovaciones que la revitalizan, por un lado, pero que la distancian de su origen, por otro. La "invisibilidad" posee una serie de connotaciones que se ajustan bien a la fábula. Es ahí donde hay que insistir para conducirla hacia su finalidad crítica. La fábula siempre tiene una intención moral y en esta los espectadores tendrán que decidir al final sobre su propia "moraleja".
La producción de la película es mezcla de Australia, Estados Unidos, Canadá y Reino Unido. Cada vez hay más que unen esfuerzos para aprovechar los talentos repartidos.
J.A.


El hombre invisible (2020)   
Director: Leigh Whannell
Guionistas: Leigh Whannel, H.G. Wells (novela)
Intérpretes: Elisabeth Moss, Oliver Jackson-Cohen, Harriet Dyer, Aldis Hodge, Storm Reid, Michael Dorman

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