El
gusto por los filmes que digan algo caracteriza las tres películas del director
de origen hawaiano Destin Daniel Cretton (1978), del que se ha estrenado esta
última semana el filme Cuestión de
justicia (2019). Las dos primeras fueron Las vidas de Grace (2013) y El
castillo de cristal (2017), ambas películas para pensar durante la
proyección y dedicarle un buen rato a seguir haciéndolo, a ser posible el resto
de la vida.
Cuestión de justicia es una película judicial, un
subgénero norteamericano que tiene su razón de ser porque los agujeros del
sistema son muchos, en especial en relación con las profundas desigualdades en
el acceso a la justicia causadas por el racismo, en especial en el Sur de los
Estados Unidos. La película transcurre en Alabama, estado al que llega un joven
abogado afroamericano recién egresado de Harvard que decide ejercer en un bufete
(una Iniciativa para la Justicia) para ayudar con asistencia legal en los casos
en los que, al revisarlos, se dan cuenta de que los condenados han sido mal
asesorados o, sencillamente, dejados a su suerte.
El
descubrimiento de la flagrante injusticia aplicada sobre los negros, que son
mandados al corredor de la muerte incluso antes de celebrarse el juicio, la
asignación de abogados a los que nada les importa el caso, la manipulación de
pruebas o la ignorancia de la exculpatorias, etc. supone un revulsivo de las
conciencias, algo a lo que no escapa el espectador en su butaca.
Hay
películas que cuentan historias y hay películas que cuentan la Historia.
Cuestión de justicia es de estas últimas, basada en casos reales, con
personajes reales cuyo destino se nos muestra desde la impotencia de ante un
sistema cuyo único sentido es mantener a los afroamericanos al otro lado de la
valla.
La
película está ambientada en los años 80 y 90 y se sitúa espacialmente en
Alabama, pero en un lugar muy simbólico: el pueblo de Monroeville, el lugar
donde transcurre la famosa novela (Harper Lee) y película (Robert Mulligan), Matar un ruiseñor. Este dato es
importante para el simbolismo de la propia película pues se muestra la
distancia existente entre un pueblo que le ha dedicado un museo a Harper Lee y
el pueblo real, que sigue practicando un brutal racismo treinta años después.
Como es
sabido, Harper Lee solo escribió una obra, Matar
un ruiseñor, basada en su infancia en el pueblo, con su padre abogado
—Atticus Finch, interpretado por Gregory Peck— y durante un juicio contra un
ciudadano negro. La historia del caso del juicio guarda muchos paralelismos con
la propia obra de Lee. Aquella niña de entonces llegaría a ser fiscal. En 2015,
un año antes de su muerte, se publicaría una novela que de alguna forma era el
primer borrador de lo que sería más tarde Matar
un ruiseñor, ganadora del Pulitzer.
La
película nos cuenta una historia real, la del condenado a muerte Walter
McMillian (Jamie Foxx), acusado de haber matado a una mujer blanca y cuyo juicio ha sido un
despropósito de arbitrariedades, falsas acusaciones y manipulación. Al pueblo
llega Bryan Stevenson (Michael B. Jordan), un joven abogado que ha decidido
revisar los casos del corredor de la muerte, que trabajará junto a una joven
psicóloga, Eva Ansley (Brie Larson).
La
película cuenta con una realización puesta al servicio de la historia —excelente
guión del propio director, basado en la obra del propio Bryan Stevenson
contando su historia— y de los actores, todos ellos magníficos en sus papeles.
Foxx, no siempre ocurre, está aquí medido dando vida convincentemente al
condenado, mostrando sus fases anímicas en función de las esperanzas y su
propio sentimiento de culpa respecto a su familia. Realmente magnífico está
Michael B. Jordan, que es capaz de transmitirnos su horror ante el espectáculo
social de la injusticia que el racismo sostiene en el pueblo de Monroe. Brie
Larson repite con el director, ya que era la protagonista de Las vidas de
Grace. Su papel es más modesto pero lo cumple con enorme eficacia en las dos o
tres escenas comedidas que tiene en el filme y con su presencia. Larson es una
gran actriz, ganadora de todos los premios con su La habitación, una actriz
capaz de todos los registros.
Hay que
resaltar un papel en la película, el del preso acusador, Ralph Myers, con el
actor Tim Blake Nelson, en una interpretación compleja, psicológica y
físicamente. Es la pieza determinante en el juicio ya que sobre él se basaba la
acusación. El actor sabe dar las transiciones de un personaje, mezcla de
víctima y villano.
El
guión trata de marcar los cambios en distintos personajes ante la evidencia de
la injusticia cometida. La realización sabe darle el tono a los momentos, como
en la secuencia de la ejecución de uno de los presos en el corredor de la
muerte y su despedida por los compañeros, una magnífica interpretación del
actor Rob Morgan.
Una
película con un buen tono en todas su líneas y que tiene a su favor la voluntad
de denuncia de un sistema injusto. El cine es muchas cosas, entre ellas la
posibilidad de actuar sobre la realidad reflejándola. Si sirvió de algo la novela de Harper
Lee y la película de Mulligan en los 60, esperemos que la película de Destin
Daniel Cretton sirva también para sacudir las conciencias. Las buenas
intenciones se olvidan pronto y la situación norteamericana, a vueltas con la
presión del supremacismo blanco de la época Trump (y la post Obama) vuelve a
requerir nuevos esfuerzos.
Cuestión de justicia es una reivindicación de lo
obvio, de aquello que —como se nos dice— es lo que propio sistema promete, pero
no cumple. No es nada extraño lo que se pide. Solo justicia.
J.A.
Cuestión
de justicia (2010)
Director:
Destin Daniel Cretton
Guionistas: Destin Daniel Cretton y Andrew Lanham (guión) y Bryan Stevenson (libro)
Intérpretes: Jamie Foxx, Michael B. Jordan, Brie Larson, Charlie Pye Jr., Michael Harding, Christopher Wolfe, Michael B. Jordan, J. Alphonse Nicholson, Adam Boyer, Jacinte Blankenship, Bryan G. Stevenson, Brad Sanders, Charmin Lee...