La última vez que en Estados Unidos se produjo una película sobre "guerra civil" se refería a los Vengadores de Marvel. Las demás lo han sido del enfrentamiento histórico entre el Norte y el Sur, con producciones tipo Lo que el viento se llevó. El británico Alex Garland —el director que debutó espectacularmente con Ex-Machina (2016)— nos trae una película que algunos llamarán distópica en un deseo de mitigar lo que puede llegar a ser "tópica".
Las
tensiones políticas en los Estados Unidos, la polarización alcanzada han
llevado a periodistas, políticos, ensayistas, escritores, etc. a hablar
abiertamente del riesgo de una "guerra civil", produciéndose este
curioso fenómeno en el que ya no es la ficción la que se adelanta como
"anticipación", como suele ocurrir, sino lo contrario: la realidad se
adelanta a la ficción. El titular en The
New York Times del artículo titulado "'Civil War' and Its Terrifying
Premonition of American Collapse", firmado por Michelle Goldberg y publicado
el 12 de abril pasado no deja muchas dudas cobre cómo han percibido muchos
norteamericanos esta película tras el asalto real al Capitolio y las palabras
recientes de Trump sobre un "baño de sangre".
La
película —con guion y dirección de Garland— contiene los suficientes elementos
como para no dejar indiferente a nadie. El primer problema que plantea es su adscripción
genérica, ¿a qué género pertenece? El género supone generalmente una especie de
barrera protectora. La historia de esta guerra civil está demasiado próxima en
el tiempo como para distanciarnos de ella; no hay armas distintas de las que
podamos tener hoy en día y no hay escenarios tecnológicos diferentes. Es la
América "real", donde no hay puntos de ruptura con el presente o el
pasado. Sucede en un mundo tan nuestro que solo puede existir en paralelo. El
cambio está simplemente en que se ve lo que solamente se dice, esa "guerra
civil" en la que se dice con enorme realismo que disparas a los otros
porque te disparan a ti, que, ante la duda, "vale más un amigo muerto que
un enemigo vivo".
La
película nos traslada a un viaje hacia la Casa Blanca, donde se quiere entrevistar,
antes de que sea demasiado tarde, al presidente de los Estados Unidos. Es el
viaje de un grupo de periodistas y foto periodistas en un recorrido por el que
se van enfrentando a la irracionalidad, a la violencia creciente, hasta llegar
al frente, hasta encontrarse con las tropas que asedian la residencia
presidencial.
El
viaje reúne a cuatro personas, dos periodistas y dos mujeres fotógrafas. El
viaje tiene un sentido iniciático para la más joven (Cailee Spaeny), que desea
ser fotógrafa, mientras que es la llegada a un punto de hastío para la profesional
experimentada, un mito viviente, el personaje encarnado por Kirsten Dunst. Les
acompañan un periodista joven (Walter Moura), ansioso de encontrar la exclusiva
de su vida con la entrevista presidencial, y un viejo periodista (Stephen
Henderson) en sus últimos momentos.
Hay una frase dicha por el personaje de Kirsten Dunst —"nosotros no juzgamos, contamos para que otros juzguen"— que viene a ser la frontera interior del relato. ¿Hasta qué punto se puede pasar por la vida sin juzgar lo que tienes delante? Esa es la verdad a la que tendrán que enfrentarse conforme crece la violencia que les rodea, cada vez que se enfrentan a la muerte propia o ajena.
El
refugio estético, la trinchera fotográfica, la barrera de la cámara que
sostienen frente a su cara no es suficiente. En este sentido de la justificación
informativa para estar allí, para ser meros observadores, es uno de los ejes de
la película y que se traslada a los propios espectadores, como destinatarios
finales de esas imágenes que muestran el horror, un horror por el que compiten
a golpe de fotografía. "¡Qué subidón!", gritará el periodista ante lo
que se desarrolla ante su mirada.
La
película es brutal en sus imágenes y profundamente reflexiva en los efectos que
desata en aquellos que no estén contagiados de la misma indiferencia, en esa
búsqueda de "subidones" que hace que muchos necesiten de la violencia
para sentirse vivos.
La necesidad de arriesgar la vida se nos muestra como un recorrido desde la indiferencia, un intento de sentirla desde el límite. Mientras esa situación está controlada, las cámaras observan. Cuando son ellos el objetivo, la cuestión cambia.
Una
película de estas características necesariamente tiene que traernos el realismo
de lo brutal para sacarnos de la butaca y meternos dentro. A esto contribuye el
propio realismo del sonido, esos disparos que te envuelven, esas explosiones
que sientes en la piel como vibraciones que te incomodan, que te impiden
distanciarte.
La
música se usa como contraste irónico en muchas ocasiones, de la misma forma que los silencios. No te distancian de
lo que ocurre, sino que te hacen comprender ese juego en el que viven los
propios personajes sobre la escena.
La
estructura clásica del viaje lleva de un punto inicial de autoengaño hacia uno
final de revelación. La guerra es constante, está ahí con su brutalidad
irracional, con su desprenderse de cualquier elemento racional y dejar al
descubierto lo que supone de poder de decidir sobre la vida y la muerte de los
otros. Los personajes, en cambio, muestran distinto grado de fascinación,
incluso podríamos hablar de adicción hacia la violencia. En ese sentido, la
película nos muestra esas diferencias de la que los personajes dan cuenta.
Las
interpretaciones reflejan esas transiciones en cada caso. Del desengaño de la fotoperiodista,
desengañada, saturada de violencia, a la atracción fascinada de la que quiere
ser como ella, llegar hasta donde ella llegó sin ver las consecuencias.
Los cuatro actores principales cumplen perfectamente en esa función. Igualmente, los episódicos que van encontrando por el camino, especialmente la decisiva secuencia con el sociópata Jesse Plemons.
La
realización de Garland juega con esa doble dimensión, la descomposición de la
realidad en imágenes fotográficas y el realismo documental en ocasiones con la
cámara en mano para acercarnos a esa violencia que fascina a unos y nos repele
a muchos. "Dame un titular" viene a ser la frase que nos dice ya casi todo, como comprenderán al ver la película.
El
fenómeno cinematográfico va por una parte; por otro el político y social.
"Guerra civil" no es solo una película, es algo más. Y como tal los
debates se extenderán sobre su grado de plausibilidad. ¿Es ese futuro próximo, como algunos auguran?
Garland no muestra causas de la guerra; le basta con mostrarnos la fascinación
de la violencia, la supresión de cualquier regla o responsabilidad para el
ejercicio de la violencia brutal, convertida en elemento de fascinación.
Las
reglas humanizan porque regulan la convivencia. Garland nos muestra un mundo
sin reglas o, si se prefiere, con solo una: quien
tiene el arma manda; tu vida no vale nada. No hay otra lógica y eso ha sido resaltado por alguna crítica. Da igual por lo que peleen.
La respuesta de la crítica norteamericana —como era de esperar— es variada. Unos le acusan de efectista, otros incluso de cobarde por no haber ido más allá. Es normal que esto ocurra en un espacio, como el norteamericano, con las imágenes del asalto al Capitolio —nunca se exagerará la importancia reveladora de este hecho— en mente, todavía frescas, casi una especie de precuela de una película inexistente que ahora toma forma.
Algunos querrían una película más "política", con más indagación en las causas, pero creo que estas no necesitan ser indagadas en el filme, sino en la realidad, que es donde se genera. Hacer una "distopía" tan cercana a la realidad no es sencillo.
¿La realidad es la
"guerra"? Puede que no, pero sí que está en la mente de muchos ese
deseo visionario de acabar con un mal
que es lo que los otros representan. Tras eso, todos los demonios en tromba. La guerra civil norteamericana ha sido llevada muchas veces al cine, pero eso era el pasado. Esto es otra cosa. El "me importa un bledo", de Red Butler en Lo que el viento se llevó adquiere aquí un extraño y revelador sentido.
Joaquín
Mª Aguirre
Dirección
y guion: Alex Garland
Intérpretes:
Kirsten Dust, Wagner Moura, Cailee Spaeny, Stephen Henderson, Jesse Plemons,
Jonica T. Gibbs...
Música: Geoff Barrow, Ben Salisbury
Producción: USA, Reino Unido
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