sábado, 21 de diciembre de 2019

Star Wars: El ascenso de Skywalker (2019)


Creo que uno de los grandes aciertos para el final de Star Wars ha sido el fichaje de J.J. Abrams. En una noticia de El diario El País, fechada el 13 de septiembre de 2018, se anuncia el despido del director previstos anteriormente y la recuperación de Abrams para la última entrega, dirección y parte en el guión. Y así ha sido. Abrams ha mostrado ya su conexión con este tipo de obras que son parte de su crecimiento y de su estilo narrativo.
Era lógico que el cierre de la serie que empezó en 1977 tuviera sus discusiones sobre cómo terminar una historia que al final unía el destino las galaxias con los genes familiares. No se trata de otra cosa de que de líos de familia, pero eso es la base de las narraciones del teatro griego hasta hoy. Desde el principio se nos hablaba de caballeros e imperios, de luchas por hacerse con los tronos, de hijos descarriados y de bastardos en la sombra, del bien y del mal. La Guerra de las Galaxias nunca fue ciencia-ficción, sino épica-espacial, un espacio muy peculiar, en el que —como en esta entrega— se puede cabalgar a lomos de cuadrúpedos, casi caballos, sobre el casco de las naves, pero ¿a quién le importa eso?
Para esta entrega final, se ha creado un gran espectáculo visual con una estética bien diseñada, grandiosa en algunos momentos. Se combinan lo operístico con lo emocional, los grandes movimientos escénicos con los detalles de las emociones que estallan.
Es la película, literalmente, más oscura de la saga. Esa oscuridad sirve para desarrollar una iluminación que intensifica el dramatismo de las secuencias y, sobre todo, el fondo de los personajes en busca de su identidad.


La mayor parte discurre en escenarios oscuros y solo una pequeña parte en escenarios abiertos (la jungla, el desierto...). La acción es trepidante y, como ya es habitual, desde el comienzo mismo nos encontramos en medio de una persecución. Las persecuciones y las batallas o combates en que terminan son parte de la esencia misma de la película, más en su cierre. Quizá haya que decir que desde su mismo inicio, pues el "Wars" es el que define el espacio en el que nos encontramos. Rebeliones, dominaciones son el fondo global de la saga. Esa es la superficie. En el fondo, los dramas de la identidad, los conflictos de ambiciones y lealtades.
Además del acierto de la dirección de Abrams para mí el gran éxito de esta parte final de la saga es haber sabido encontrar a dos actores capaces de darle la profundidad que se necesitaba para hacer convincentes sus intervenciones. Me refiero a Daisy Ridle (Rey) y Adam Driver (Kylo Ren). No era fácil encontrar unos actores jóvenes capaces de arrastrar y de sobrevivir a la historia que les pisaba los talones, la de los doblemente míticos personajes que hacen el grupo de los mayores, de la malograda Carrie Fisher, cuya vida y muerte podemos seguir a través de la saga; Mark Hamill y, sobre todo, Harrison Ford, el actor que ha sido el centro del cine de aventuras.
Los últimos episodios se han sostenido en gran medida gracias al carisma radiante de Daisy Ridley y un actor capaz de hacer de cualquier cosa, Adam Driver, de lo mejor de su generación, convincente siempre, transmitiendo las contradicciones internas de Kylo Ren. Al final, las buenas historias se resuelven en conflictos internos, que al fin y al cabo es lo que representan desde el inicio la "fuerza" y su "lado oscuro".


Hay magníficas escenas en la película, sobre todo desde su aspecto plástico. Me gusta la enorme diferencia de tamaño de los personajes con las que se juega en diversos momentos. Pasamos de primeros planos dramáticos a unos enormes planos generales, oscuridades rotas por el rayo, por franjas de luz, por destellos, en la que los personajes apenas son perceptibles en pantalla. Se escenifican así el poder del destino y la lucha para escapar de él. Es la base de la tragedia, la maldición del nacimiento, la superación de la atracción del abismo.
Esa intensidad es la que deja en lugar aspectos más flojos en las otras tramas que quedan reducidas a batallar sin descanso y a tratar de lograr un imposible protagonismo. El centro está copado por el drama de los protagonistas hacia el que la historia nos ha ido llevando.
Como en las viejas obras tradicionales, el secreto del nacimiento es lo que explica las angustias, las llamadas y los sentimientos incomprensibles que atenazan a los personajes. Con el paso del tiempo, la saga fue adentrándose más en las mentes y sus oscuridades, en las contradicciones humanas.
Es indudable que lo que nació de la mente de George Lucas en los 70 marcó una parte de la Historia del cine y a sus espectadores. Ha sido una educación visual y narrativa en la que se rompieron los límites de las películas para explorar galaxias emocionales y de consumo. Cine arte y cine espectáculo de la mano.


Me he divertido y emocionado viendo la película. Hay algo de ella que ha quedado en nuestras vidas, al menos de dos generaciones, que nos emociona ya cuando escuchamos las primeras notas de la música de John Williams. Es una reacción emocional, incontrolada, una señal que reaviva los sueños galácticos, el tiempo pasado que vuelve a nosotros.
Hay películas que debemos evaluar con otros parámetros. Star Wars es un caso único y solo debemos dejarnos arrastrar por las corrientes que nos llevaron hasta este final. Este episodio IX es un final con gran orquestación, en el que las emociones desplazan a los detalles, hasta llegar a esa Rey, La Chatarrera, jugando a deslizarse en la arena recuperando una infancia que nunca tuvo.
J.A. 


Star Wars Episodio IX: El ascenso de Skywalker (2019)
Director: J.J. Abrams
Guionistas: J. J. Abrams, Chris Terrio
Intérpretes: Carrie Fisher, Mark Hamill, Adam Driver, Daisy Ridley, John Boyega, Oscar Isaac, Anthony Daniels, Naomi Ackie, Domhnall Gleeson, Richard E. Grant, Lupita Nyong'o, Keri Russell, Joonas Suotamo, Kelly Marie Tran, Ian McDiarmid, Billy Dee Williams

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