domingo, 20 de septiembre de 2020

Pinocho (2019)


Vaya por delante, el Pinocho de Matteo Garrone es una pequeña joya cinematográfica. La perversión de los tiempos la considera una "live-action" considerando, como suelen hacer los norteamericanos, que todo comenzó con Disney, lo que no le quita ningún mérito a la versión de dibujos. Pero sí es importante entender que no es lo mismo que han hecho con El rey león o con Aladdin, intentos comerciales —con mejor o peor fortuna— de reeditar sus éxitos con una nostalgia calculada por el paso del tiempo. Pinocho existe antes de Disney; es un tesoro de la literatura italiana y, por extensión, europea.

La historia del muñeco desobediente que llega a ser niño porque aprende a sacrificarse por los otros, a controlar su peligroso deseo de independencia e irresponsabilidad pertenece a un momento pedagógico tanto en Italia como en el resto de Europa, que empieza a utilizar la literatura ejemplar destinada a la infancia a través de una pedagogía basada en la acción y en la emoción, antes que en teorías o normas abstractas. Forman parte de una forma de entender la literatura infantil y, por ello, la infancia. Los cuentos infantiles siempre han sido directos y muchas veces terribles. Esos elementos terribles estaban destinados a ejercer la fuerza pedagógica más vieja, el miedo. De Pulgarcito a Caperucita, la gran enseñanza es que el que se desvía del camino y se deja seducir por sus atractivos peligros acaba muy mal.


El Pinocho de Garrone es una mezcla sutil y eficaz de poesía visual, acertada interpretación y crudeza de las situaciones. Es un ejemplo de lo que llamaríamos sin duda "realismo mágico" porque esa es la forma de la imaginación. El realismo nos muestra una época de hambre, de maldad por los caminos; la magia permite que un muñeco tome vida y sea aceptado por quien lo talló como la bendición de un hijo.

Pinocho es una película bella. Lo son sus imágenes, hermosamente compuestas y maravillosamente iluminadas con una fotografía delicada, que nos introduce en la poseía tanto como en el drama. Sí, la fotografía de Nicolai Brüel merece resaltarse junto a la música de Dario Marianelli, que forman una perfecta unidad que sitúa al espectador en el punto emocional justo. Cada plano de Pinocho está compuesto de forma equilibrada. Los paisajes y los personajes se engarzan en encuadres armónicos y equilibrados visualmente. No hay un mal plano, por decirlo así, y su ritmo hace que miremos sorprendidos el reloj, ¡han pasado 125 minutos de proyección sobre los que hemos viajado sin darnos cuenta!


La historia de Pinocho, como la vida, es un camino. Es una narrativa itinerante en la que se van salvando escollos. Los personajes son estereotipos de la maldad, de la codicia, del desinterés. La inocencia de Pinocho y su incapacidad de obedecer le sacan del camino correcto y le dejan a merced de esos criminales y parásitos que abusarán de él. Finalmente, Pinocho aprende la dureza de la vida y el valor del esfuerzo y sacrificio. La narrativa infantil tenía como función mostrar al niño que el destino está en comprender el mensaje que los adultos que le quieren le transmiten, que ellos velan por su bien y que alejarse es peligroso. Cuando Pinocho comprenda la dura lección podrá alcanzar su máximo deseo, ser un niño de verdad, un niño de buen corazón.

Quizá todo esto convierte a Pinocho en una película "poco infantil" porque los niños del siglo XXI no son los del siglo XIX. Carlo Collodi (Collodi era el nombre del lugar de nacimiento de su madre) era un autor de su época con objetivos y estrategias de su época y una de ellas era precisamente la renovación educativa humanizándola. De todos los personajes de la película, ninguno es tan repulsivo como el brutal maestro que se nos muestra.


La "Storia di un Burattino" ("Historia de un muñeco") se comenzó a publicar en 1881.  Dos años después saldría con el título que todos conocemos "Le avventure di Pinocchio". Pero es esa misma distancia temporal la que da libertad al director para hacer una bella historia, no supeditada a los gustos pedagógicos actuales, sino darle una dimensión más allá de la infancia, atemporal y universal. Pinocho es una especie de "ello" freudiano guiado por la búsqueda del propio placer que deberá asumir el "principio de realidad", asumir que la vida es dura y que sobrevivir es un ejercicio de contención, de respeto a los demás, de sacrificio por lo que se ama y no solo por lo que se desea.


La elección de Roberto Benigni es acertadísima. No solo porque sea un gran actor, sino porque encarna a la perfección a quien ha mantenido en su interior el espíritu inocente del niño y ha mantenido, en la pobreza extrema, una visión optimista de la vida. Su amor le permite vivir y eso será lo que aprenda Pinocho de él. El personaje de Pinocho está maravillosamente interpretado por el niño Federico Ielapi y con una sorprendentemente madura Alida Baldari Calabria en el papel del hada niña. Todo el reparto, de los niños a los adultos, de los que están tras un maquillaje animal o los que se nos presentan como humanos cumplen este espectáculo mágico en su forma, realidad en su fondo.

Pinocho es un placer visual. Es cine más allá de la historia por una enorme armonía de todos sus planos, fotografía, música. Eso es muestra de un enorme amor por el proyecto por parte de todos los que han participado y también de una idea clara de hacia dónde se camina.

Una película hermosa, una pequeña joya.

J.A.

 

 

Pinocho (2019)  

Director: Matteo Garrone

Guionistas: Matteo Garrone y Massimo Ceccherini

Intérpretes: Federico Ielapi, Roberto Benigni, Rocco Papaleo, Massimo Ceccherini, Marine Vacth, Gigi Proietti, Alida Baldari Calabria, Alessio Di Domenicantonio, Maria Pia Timo, Davide Marotta, Paolo Graziosi, Massimiliano Gallo...

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