viernes, 25 de octubre de 2019

Secretos de Estado (2019)


La película Secretos de Estado (2019), dirigida por el actor, productor y director Gavin Hood, no es una gran película en un sentido estético. No todo el cine valora la estética de la misma manera o, por decirlo de otra manera, hay muchos valores posibles en una película que pueden redimir de otros. Incluso podríamos pensar que es una estrategia prescindir de ella.
Secretos de Estado tiene interés por varios motivos sin ser una película brillante. De hecho, tiene algunas líneas de guión demasiado evidentes para situar a los espectadores en el contexto histórico.
Lo que más he podido valorar en esta película, además del interés histórico, el amplio plantel de actores británicos que han querido actuar en ella, incluso en pequeños papeles. ¿Por qué hay que valorar esto? Lo explico.
Secretos de Estado es un película pero es también el reflejo de un hecho infame, la manipulación de los gobiernos de los Estados para conseguir sus objetivos, que pueden ir más allá de la defensa de lo que se llaman los intereses nacionales. De hecho, lo que la película cuestiona tiene que ver con el derecho de los pueblos a saber la verdad y a liberarse de las leyes que tienen como fin amordazar a quienes pueden advertir de lo injusto de una guerra o, si se prefiere para desplazarnos de la ética al derecho, de lo ilegal de una guerra.
La película nos lleva hasta el momento en que los Estados Unidos están tratando de conseguir la declaración del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas considerando legítima la intervención comandada por Estados Unidos y apoyada por el Reino Unido de Tony Blair, el famoso caso de las "armas de destrucción masiva", información aportada por Colin Powell desde los Servicios Secretos norteamericanos para conseguir la declaración. Hoy sabemos que aquellas famosas armas nunca existieron y que fue una de las manipulaciones más descaradas de la Historia moderna.


Todo texto tiene su contexto de lectura, que lo abre más allá de lo que dice y lo sitúa en lo que quiere poder decir de forma coherente con lo que vemos. Como espectador, entiendo que se me pide que me sitúe en un doble plano, el que se me muestra del ayer, la guerra de Iraq, pero también el de hoy, desde el que miro. No puedo evitarlo y entiendo que ellos, los autores así lo entienden.
La película es, en el plano histórico, un duro golpe a la alianza de los Estados Unidos y de Reino Unido, para engañar a sus países y arrastrarlos desde sus gobiernos a una guerra de oscurísimos intereses y que violaba muchos principios. En Reino Unido, la cuestión acaba centrándose en la mordaza impuesta a través de la "ley de secretos oficiales" producida para acallar cualquier filtración y convirtiendo en "verdad" lo que dice el gobierno, que pasa a ser indiscutible y sancionable si se hace.
Que una película así cuente con tantas caras de actores británicos, empezando por la estrella Keira Knightley, es revelador del sentido de la película: el apoyo a la verdad y el ataque a las mentiras oficiales. No hace falta recordar la situación actual que vive Reino Unido para entender, como espectador, más allá de la película.
El género que se pretende usar nos acerca a algunas películas norteamericanas en las que se han hecho ejercicios de sinceridad parecidos, de Todos los hombres del presidente (Alan J. Pakula 1976) a Los papeles del Pentágono (Steven Spielberg 2017), por solo citar dos obras evidentes. A veces el cine se plantea como un medio de decir más que de contar. Y lo hace como un imperativo no como un entretenimiento. Cada cosa tiene su momento.


En este género histórico (los hechos) y moral (las dudas que suscita en distintos estamentos, de abogados a periodistas entre otros) obliga a ciertas reglas como en cualquier otro género. Es ahí quizá donde la película se resiente más en algunos momentos. Me refiero a la verosimilitud de algunas situaciones, especialmente las de la prensa, con un retrato un tanto tópico y poco perfilado en algunos personajes.

La película es bien intencionada, de eso no tengo duda. Tiene el interés del caso histórico en un mundo (el actual) que comenzó quizá su moderna dimensión paralela o "fake" en la época de la Guerra de las Malvinas y Margaret Thatcher. La época de George W. Bush no mejoró sino que empeoró hasta llegar a la culminación actual de un Trump en el poder jugando a su antojo y con un promedio de varias decenas de mentiras diarias. 
Puede que nos encontremos con muchas mejores películas en la cartelera actual, pero pocas tan instructivas en estos tiempos en que las mentiras necesitan poco riego para salvar la temporada.
Esto no es John LeCarré, quien nos presentaba fascinantes espías aburridos. Es más una modesta espía con conciencia lo que tenemos. 
Aquí no se especula con el cinismo de la Guerra Fría, sino con otras cosas. Es más manifiesto (en un buen sentido) y memoria que intriga. No es una película de espías (eso es evidente), sino un filme con conflictos morales al acceder a los entresijos del poder.
Me quedo, pues, con el deseo de mostrar los pecados propios en vez de vestirlos con los amplios ropajes del falso patriotismo de guardarropía. Ese es, en el fondo, el argumento que se somete a revisión a lo largo de la película. Como se dice expresamente, el estado está al servicio de los ciudadanos y no de los gobiernos. A veces, lo olvidamos.
 J.A.



Secretos de Estado (Official Secrets 2019)  
Director: Gavin Hood
Guionistas: Gregory Bernstein, Sara Bernstein y Gavin Hood, basado en el libro de Marcia Mitchell y Thomas Mitchel "The Spy Who Tried to Stop a War: Katharine Gun and the Secret Plot to Sanction the Iraq Invasion"
Intérpretes: Keira Knightley, Matt Smith, Ralph Fiennes, Matthew Goode, Indira Varma, Tamsin Greig, Conleth Hill, Kenneth Cranham, Lee Byford, Dave Simon, Jeremy Northam, Rhys Ifans, Adam Bakri, MyAnna Buring, Hattie Morahan, John Heffernan, Monica Dolan, Jack Farthing, Peter Guinness, Angus Wright

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