sábado, 11 de enero de 2020

1917 (2019)


Cuando se asiste a la proyección de 1917, la película de Sam Mendes son muchas cosas las que te pasan por la cabeza, muchas ideas sobre lo que el cine puede o no ser. Lo que en sentido positivo pasa con esta película, es lo que sucedía de forma negativa con Cats, anverso y reverso de un arte racional y emocional. Los dos procesos se ponen en marcha, conocimiento y emoción, como suele ocurrir con las verdaderas obras de arte en cualquier arte. Y 1917 es una obra de arte.
Lo que experimentas mientras la ves te lleva a la salida a pensar sobre lo que has visto, a revisar tu propias experiencias emocionales y estéticas. 
He mencionado Cats como el reverso de 1917. Lo que veíamos en Cats era el intento de presentarnos una pretenciosa obra musical que se quedaba reducida a nada en una pantalla porque se había olvidado que era una película. En la película de Mendes nos encontramos con un discurso sobre lo que significa el cine desnudado de cualquier parafernalia exterior. 1917 es un ejercicio narrativo y visual, una pieza construida con mimo y esmero, sin márgenes. 
La autenticidad del arte consiste en desnudarse de lo que se ha ido formando a su alrededor para llegar a su núcleo primitivo, su esencia, algo que el artista busca sin saber muy bien qué es, pero que cuando lo encuentra descubre que era lo que buscaba. En 1917 el arte se hace sencillo y lo sencillo se hace arte. No necesita de secuencias espectaculares (las tiene), no necesita de efectos especiales (los tiene)... esta construida sobre la solidez de su proyecto, una historia personal que va ascendiendo a universal sobre el ser humano. Eso es lo que caracteriza al arte frente a la mera biografía. 
Los críticos se han centrado en lo que les parecía más llamativo del filme, su pericia técnica para hacer sentir al espectador que era una sola toma. Eso da sobre qué hablar un rato, pero lo complicado es dar el salto a lo que eso implica como toma de decisión radical sobre la puesta en escena, la obra en sí y lo que se nos trata de mostrar a través de ella.


Mendes es un hombre que está acostumbrado (si eso es posible) a dirigir a Shakespeare o a Chejov sobre un escenario, incluso ha dirigido musicales como Oliver. Pero Mendes no ha utilizado el teatro (como en Cats), sino que ha aprendido en él la profundidad de la experiencia humana, su complejidad y el absurdo del mundo en el que sobrevivimos. Hay una frase suya que lo explica bien: «All my films are linked by similar concerns, if you look below the surface. They're all about one or more people who are lost and trying to find a way through. It's no different with this one, it just happens that they do find a way through.» Se refería a su película Un lugar donde quedarse (2006), pero la descripción del fondo es la misma: gente perdida tratando de encontrar un camino. Aquí, en 1917, esto se convierte en literal.
No se deje engañar, esta película está más cerca de Camino de Perdición o de Revolutionary Road, que de las de acción, por más que Mendes le haya dado un toque existencial a Bond. Esto no es una película de acción, por más que no se pare en la película. Tampoco tiene mucho que ver con Salvar al soldado Ryan, como señalan otros. Tiene más que ver con lo existencial de Sin novedad en el frente (Lewis Milestone 1930),  que con otras películas bélicas. Pero la forma de promocionar hoy las películas es implacable.

Sin novedad en el frente (1930)
En el aspecto técnico, la película es un reto excepcional. No se trata ya de movimientos de la cámara, sino de mantener la coherencia de los planos producidos por el propio movimiento, un montaje interno. En ocasiones, este tipo de prácticas de largas secuencias derivan hacia una forma más documental. No es esto lo que ocurre en 1917, sino más bien lo contrario. La imagen que surge en el movimiento continuo pasa a ser profundamente expresiva aprovechando al extremo lo que podía quedar, en mitad de la preocupación por la continuidad del movimiento. Con una cámara, sin cortes de planos que posibiliten un montaje posterior, la dirección convierte el mundo en un ballet, en un movimiento de danza para crear las necesarias transiciones que permitan tanto el movimiento natural de los actores en el espacio, como el movimiento dentro del plano para la composición expresiva adecuada. Solo de esta segunda manera podría hablar de un lenguaje. Por decirlo así: al reducir las posibilidades del lenguaje (el corte de los planos, los encuadres, los puntos de vista diferentes...) como una decisión estilística, Mendes concentra en los recursos disponibles toda su energía visual. Se autolimita para conseguir el efecto inicial que busca, sobre el que va construyendo el filme.


Desde el punto de vista técnico, la película es una exhibición de cómo la técnica puede desaparecer, volver invisible. No es posible hacer una película como esta sin usar una serie de recursos técnico. Pero Mendes los usa en la dirección contraria, para mostrar la eficacia de la desnudez, de la sencillez, dejando que sea esta la que impacte sobre nuestra vista y oído. La continuidad hace que vivamos la película no subjetivamente, sino como observadores condenados a no dejar de mirar. En esta mirada es esencial la forma naturalista de la fotografía, que aprovecha la luz o la falta de ella para caracterizar los espacios y la forma de sentirlos.
Sam Mendes nos hace movernos por espacios abiertos que se llenan con miles de soldados, como la escena magnífica de la entrada en las trincheras en formación de columnas o el salto a campo abierto, con momentos en los que el espacio se reduce a la nada, como en el interior de las trincheras alemanas. En todas y cada una de ellas, el espacio mantiene una dimensión doble, real y simbólica. El director consigue que la obra se mantenga en una equilibrio perfecto entre esos dos ámbitos. Lo naturalista no mata lo simbólico y lo simbólico no mata lo naturalista.
Como película itinerante, su estructura está marcada por los encuentros en el recorrido. Recurre al más antiguo de los motivos narrativos, al viaje, metáfora de la vida misma en su recorrido. Y eso es 1917, un viaje hacia el infierno en el que la supervivencia es una forma de aprendizaje. La guerra se convierte en un escenario del absurdo humano en el que lo único que se puede hacer es sobrevivir... y una generosidad redentora que anula la reducción a un primitivismo egoísta. El mundo es absurdo, solo le dan sentido los actos de desprendimiento que nos devuelven la humanidad, no en un sentido de cantidad, sino de cualidad y de calidez.


El filme tiene secuencias extraordinarias en la que no necesita de la palabra para transmitir proclamas. La guerra es barbarie porque es la mayor deshumanización. No es la violencia de la naturaleza sino la violencia absurda. Esta se escenifica en la secuencia del aviador, que se convierte en el centro del absurdo y cierra la primera parte de la película. La segunda parte nos deja en solitario al soldado Schofield abandonado a su suerte, la parte más lírica, especialmente la desarrollada en la noche terrible, con la persecución, hasta llegar al momento culminante de la escucha del himno Wayfaring Stranger. Es en esta parte donde se desarrolla la persecución nocturna y la asombrosa secuencia del río. "Fuego" y "agua" se convierten en los elementos básicos simbólicos de esa desnudez, como antes los fueron "tierra" (las trincheras) y "aire" (el combate aéreo) que completan el cuadro elemental antes del "renacimiento" del personaje.
Película extraordinaria que nos muestra que es posible hacer un cine arte que conviva con otras formas. Es posible todavía escribir guiones porque hay algo que decir y unas formas nuevas de decirlo, que el arte no se han agotado, girando sobre sí mismo, sino que puede hacernos sentir todavía emociones nuevas en una butaca.
La elección de los intérpretes nos da una muestra del sentido de "obra" que Sam Mendes le quería dar. Los actores más conocidos quedan relegados a momentos específicos, puntuales, mientras que la continuidad es desarrollada por Dean-Charles Chapman (el cabo Blake) y George MacKay (el cabo Schofield), que hacen un trabajo meticuloso con sus actuaciones transmitiendo su inocencia y la esencia del absurdo existencial, cómo sobrevivir a nuestras propias decisiones. Estas se transforman en situaciones que nos crean una fatalidad de la que no podemos escapar. En la pregunta de Schofield a Blake, "¿por qué me has elegido?" se encierra el sinsentido. Después tendrá una travesía por el infierno, un morir y un renacer. El renacimiento es la oportunidad, que no todos tienen, de aprender del mundo.


En este sentido, el guión es esa sucesión de acontecimientos que revelan ese absurdo, esa suposición constante sobre el futuro desde un presente que nos muestra la fatalidad de un universo oscuro y sin piedad. No hay recompensa para las buenas acciones; solo el acto voluntarioso de la piedad hacia el que sufre, que a veces tiene su propio castigo, como se nos muestra. Puede que el mundo no tenga piedad, pero nosotros sí podemos tener piedad con el mundo.
El himno que cantan los soldados es una esperanza que se verá en unos campos muy distintos, los de batalla:

I'm just a poor wayfaring stranger
Traveling through this world below
There is no sickness, no toil, nor danger
In that bright land to which I go

I'm going there to see my Father
And all my loved ones who've gone on
I'm just going over Jordan
I'm just going over home

I know dark clouds will gather 'round me
I know my way is hard and steep
But beauteous fields arise before me
Where God's redeemed, their vigils…

En esta escena, el magistral movimiento de la cámara parte del personaje y vuelve a ella tras recorrer a los cientos de soldados que van a dar el salto a la batalla. El rostro entre la multitud lo dice todo. Ellos cantan y confían; él sabe.
Si tuviera que emparentar este filme de Mendes, lo haría con Rashomon (1950), el filme ya clásico de Akira Kurosawa. Al final, tras la guerra, la destrucción, el horror..., la esperanza humana es salvar a un niño de todo eso. Es el gesto, probablemente, optimista de pensar que el mundo puede ser un lugar mejor en el futuro.


Cuando el presente se hace insoportable, es el futuro donde se pone la esperanza. Cuando todo es caos y absurdo y no hay explicación que sostenga el mundo en pie, la guerra acaba generando un solo sentimiento: volver a casa, encontrarte con los que te quieren. Mágnifico plano final, suprimiendo cualquier tentación (¡tan norteamericana!) de hacer discursos finales. Las fotos son suficientes.
Película grandiosa en lo técnico y con la sublime sencillez existencial del mensaje que se desprende de ella. Puede que el mundo sea un caos, pero un poco de bien está en nuestras manos. Aunque el mundo no lo tenga, podemos hacer algo por él que le dé un mínimo de sentido, aunque sea para poder seguir y regresar, como Ulises, a casa.
J.A.



1917 (2019)   
Director: Sam Mendes
Guionistas: Sam Mendes y Kristy Wilson-Cairnes
Intérpretes: Dean-Charles Chapman, George MacKay, Colin Firth, Mark Strong, Benedict Cumberbatch, Richard Madden, Claire Duburcq


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