sábado, 7 de noviembre de 2020

Emma (Autumn de Wilde 2020)


Hay algo en Jane Austen que sigue inspirando a cada generación. Sacada de las lecturas "femeninas", "adolescentes", donde la crítica (masculina) la había colocado, Austen hace décadas que se ha convertido en una referencia cultural a través de todas y cada una de sus novelas. Los recios naturalistas no tenían demasiado interés en centrarse en los problemas de las ilusiones de jóvenes casaderas, en sus errores de elección y en cómo, finalmente, las aguas volvían a su cauce natural, en la que el amor se sobreponía a las circunstancias sociales y al malentendido que separa las vidas junto a las diferencias de fortuna. Preguntarse por este merecido estatus de gran autora es preguntarse por qué vemos en ella, por qué nos fascina un mundo del que estamos total y absolutamente distanciados. Es una pregunta que se suele resolver apelando a su maestría, a sus frases y a su percepción del alma femenina. No es suficiente. ¿Por qué Jane Austen y no, por ejemplo, las Brontë, otras ilustres autoras con gran destino crítico pero con menos tirón popular?

Emma, vaya por delante, es una enorme película, una película que reúne un sinfín de virtudes y, sobre todo, una película que no puede ser llamada de época, aunque lo es; que no se puede definir como un musical, aunque lo sea; que tiene bailes, pero que es toda ella un ballet. Emma es un ejercicio de concentración artística que devuelve al cine un valor que pocas veces se encuentra: la armonía de las artes.

La película puede disfrutarse como un recital artístico, una obra de arte total, por usar el término wagneriano que se uso para definir la ópera. Emma es algo más que una ópera, ya que el cine aporta algunos elementos más a la arquitectura que la ópera, que en esta obra tienen una importante identidad, como es una extraordinaria fotografía y un inteligente montaje, que convierte cada secuencia en una pieza de precisión.

Cuando ves las primeras imágenes de Emma empiezas a sentir que existe una voluntad de estilo, un deseo de "forma" más allá de la historia que se nos cuento o, quizá más claramente, que se nos va a contar la historia de una determinada forma. Muchas obras cinematográficas dan prioridad a lo que existe en el plato y tratan de mostrarlo. La dirección de Autumn de Wilde, la directora de la película, parte de una concepción constructivista del film. No es un ojo que mira, por decirlo así, sino un ojo que construye, de una mente que da forma a lo que exteriormente se ha elaborado.


La primera sensación que tienes tras las primeras imágenes es que estás ante una especie de ballet, ante unos movimientos sincronizados entre personajes, unos se mueven otros están estáticos, es una pieza que revela un sentido musical del movimiento, algo que está presente de forma hermosa en esta película que apela a los sentidos de la vista, del oído, a nuestra capacidad de percibir armonías visuales y sonoras e interconectarlas en un solo flujo que es el percibe nuestra atención.

La composición de los planos, los movimientos en ellos y entre ellos, crean una sensación de universo en el que giran planetas y estrellas en un perfecto orden cósmico. Los movimientos automáticos de los criados, esa mancha roja de las alumnas en fila recorriendo el plano de los campos, las danzas, las miradas, etc. todo es movimiento en un universo en el que apenas se mueve nada, en donde la más pequeña nimiedad da para comentar durante semanas. Sin embargo, bajo el dinamismo de la cámara y del sonido, tiene un movimiento armónico que nos es revelado secuencia a secuencia, plano a plano. La maestría de Austen es recogida, en un universo estático, los pequeños movimientos son percibidos como terremotos. Y esos movimientos son producidos por las pasiones, por lo que apenas podemos percibir y que se encuentra tras las maneras, tras las palabras, tras los rituales.

La recreación del espacio es extraordinaria. Decorados, vestuario, etc. todo tiene un increíble nivel de detalle con el que se nos muestra ese universo, de una pequeña tarta a una impresionante mansión. Pero no es simplemente una reconstrucción de "época". Todo está vivo, la mirada que lo percibe es actual. Todo nos habla, todo significa y nos dice del mundo y de los personajes. Los rostros mismos se convierte en espacio de lectura con una extraordinaria selección de actores, cada uno caracterizado de una forma diferente, algo que nos revela su forma interior en unos, mientras que nos convierte en descubridores de lo que hay tras otros, como la propia Austen trataba de hacer a través de la palabra. Unos son libros abiertos, aunque no sepamos leerlos; otros son misterios porque no sabemos interpretarlos en nuestra cerrazón, es decir, el prejuicio, una idea central en su universo. No vemos el mundo como es, sino como queremos verlo. Quizá resida ahí la fascinación por Austen, en su percepción de cuán equivocados estamos en la vida y lo que cuesta salir de nuestros errores. Un mundo caótico como es el nuestro, de depresiones e indefinición, de crisis de identidad, de "fake news" y rumores, de selfies engañosos y autopromoción, etc. encuentra refugio en esos universos austenianos en los que es necesario liberarse uno mismo de nuestras cadenas.

La selección de las dos actrices, Anya Taylor-Joy como Emma Woodhouse, y de Mia Goth como Harriet Smith. Ellas dos son el verdadero baile entre los bailes. Dos extraordinarias actrices jóvenes que dan un recital interpretativo pasando por todos los registros, los que se interiorizan hasta aflorar. A Anya Taylor-Joy la vimos no hace mucho en una película que reseñamos aquí, Los nuevos mutantes (2020), un papel diametralmente opuesta en la geometría interpretativa. Es una actriz versátil e inteligente. Mia Goth hace una creación extraordinaria de su personaje de Harriet Smith, de sus ilusiones y sus frustraciones, de su fragilidad y de su entereza. Trabaja el personaje desde el exterior, desde sus movimientos torpes y desgarbados. Es el contraste perfecto con una Emma que quiere controlar el mundo y que ve a los demás como piezas en un tablero en el que jugar. La combinación de ambas actrices da un sensacional juego dentro del tablero superior que es la propia película.

La labor de los actores forma parte de una movimiento más amplio, coral, en donde se desplazan por unos espacios —la iglesia, los salones, el campo, los comedores...— que marcan los registros y la naturaleza de las relaciones entre ellos. La iglesia nos da varias escenas memorables, al igual que la escena de la cena. Es un continuo orden exterior que contrasta con las rupturas de ese orden por parte de algo que lo altera, como puede ser una desconocida en el banco de la iglesia o el anuncio de una nevada durante una cena. Todo ello se desarrolla con una natural afectación, que es donde reside la mirada constructiva de la directora. Todo está al servició de una mirada, que es la que da sentido a ese mundo.  La película equilibra la reconstrucción milimétrica del ese universo y lo contempla desde una irónica mirada moderna que contempla sus vaivenes, su forma de ver el mundo, desde una distancia, que es la base de la ironía.

Entre el conjunto de actores y actrices que la película nos ofrece, merece la pena destacar dos creaciones, el del vicario Mr. Elton, una composición grotesca, en la que el personaje se nos muestra físicamente en su doblez y petulancia. Magnífica la escena de carruaje y su rabia. 

El otro personaje mimado al detalle es el de la "simple" señora Bates. Su creación, humorística y trágica, por parte de la actriz Miranda Hart es extraordinaria. Como en otros personajes, el exterior, entendido como apariencia y movimiento, como forma de expresarse, nos define su interior, pero tiene sus recovecos que deben ser descubiertos tras la superficialidad de su comportamiento, vista a través de los ojos de Emma. Una muy inteligente creación del personaje.

Sobre todos ellos planea la mano unificadora de la directora, marcando los tonos y creando un conjunto equilibrado, como ocurre con los dos galanes, cada uno con su exterior y su propio secreto en lo sentimental.  

La historia es, en realidad, la educación de Emma, el aprendizaje profundo y doloroso de que la inteligencia puede causar tanto o más daño que la estupidez. Lo fascinante del universo de Austen es la variedad de matices humanos en una sociedad regulada al milímetro, donde toda convención es garantía del orden. Pero los sentimientos no se controlan con las reglas, ni las reglas se pliegan ante los sentimientos. Lo que vemos no es siempre lo que parece. Como reclamaría Henry James más tarde, la acción está en el interior. La aburrida vida del día a día, necesitada de inventar nuevas distracciones, construida sobre rutinas, necesita de la autenticidad del sentimiento para poder llamar a la vida realmente vida. Y eso es lo que reclaman sus personajes, una felicidad sencilla en un mundo lleno de pequeñas trampas, engaños e ilusiones.

Todo el reparto está compuesto por magníficos actores, pero hay que insistir de nuevo en el orden coreográfico de la película, su ritmo conjunto, su plástica del grupo, su sentido operístico donde los solistas no pierden de vista al coro, donde se suceden dúos o arias según los casos en esta especie de Bodas de Fígaro mozartiana en clave británica, un juego de enredos y de pequeños e intensos dramas en los que se nos pide comprometernos como espectadores. La ironía no nos deshumaniza; el sufrimiento es el sufrimiento y así los percibimos en la mirada comprensiva que necesita de la redención de los personajes arreglando los entuertos en lo que se meten o meten a otros. El error existe y puede ser reparado, pero la maldad es otra cosa. Las leyes de la atracción juntan a los malvados, al igual que reúnen a aquellos que han merecido el amor por la lucha contra sus propios defectos.


La película nos divierte y nos emociona en su equilibrio humanizado. Solo la hipocresía ambiciosa merece el castigo de la infelicidad y solo el amor permite alcanzar la felicidad en un universo donde la posición social lo marca todo.

Mi anterior reseña, compruebo, es del 21 de septiembre. He ido unas cuantas veces al cine, pero he visto películas que no me han convencido por diversos motivos, algunas de ellas películas importantes, gran presupuesto y promoción. No creo que debamos empeñar mucho tiempo en lo que no nos gusta, ni en escribirlo ni en leerlo. Emma me ha resultado un espectáculo gratificante en todos los órdenes, de un guión inteligente a una armonía general que reside en esa figura que unifica mirada y acción, tiempos y espacio, en este caso, la directora Autumn de Wilde, de la que debo confesar no tenía idea alguna hasta que al final de la película apareció su nombre en los créditos. La mirada era claramente femenina por muchos detalles, como lo es la mirada de Austen en la creación al pasar el universo real a la novela con sus sentido de la observación, su comprensión del juego social y de los sentimientos.

Antes de sentarme a escribir esto, encontré información sobre la directora: la ilusión de su infancia era ser bailarina, pero su altura lo frustró; pasó por el teatro, pero acabó dedicándose a la fotografía, pasión que heredó de su padre, Jerry de Wilde. Es la primera película larga de Autumn de Wilde, pero no su primera experiencia ya que ha destacado en dos campos, como fotógrafa de arte y como directora de videoclips musicales importantes. Esas pasiones se detectan la obra: del ballet y la música a la mirada que encuadra el mundo, a ese detalle sobre los objetos resultado del trabajo en la publicidad. Hay una historia sólida, bien escrita por Eleanor Catton; hay una mirada sólida, selectiva; hay un universo rítmico, dinámico que pasa ante nuestros ojos.

Emma no es una típica adaptación de los clásicos; es un proyecto moderno y creativo, respetuoso e innovador, cuidado al milímetro en todos sus destalles, donde la precisión se conjuga con la frescura de los actores y actrices que protagonizan este complejo juego de relaciones. 

La mejor forma de respetar a los clásicos es conectarlos con los espectadores y esta Emma tiene las cualidades que definen la obra de Jane Austen en clave del siglo XXI.

J.Mª Aguirre

 


Emma (2020)     

Directora: Autumn de Wilde

Guionista: Eleanor Catton, sobre la novela de Jane Austen

Producción: Reino Unido

Intérpretes: Anya Taylor-Joy, Mia Goth, Gemma Whelan, Bill Nighy, Miranda Hart, Josh O'Connor, Johnny Flynn, Rupert Graves, Connor Swindells, Callum Turner, Amber Anderson.

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