Lo primero que llama la atención es de La mujer rey (The Woman King) es precisamente su título. ¿Una mujer "rey"? ¿Por qué no "reina"? Pronto comprendemos el porqué. El propio lenguaje establece las relaciones de poder: el rey es el poder supremo; la reina está a su lado.
La
mujer rey está dirigida por una mujer, escrita por otra mujer y producida por
mujeres. Su elenco es femenino y se centra en sus relaciones. Es una película
que va de la épica al sentimiento, pero pasado por un filtro que revela, por
contraste, lo que hay de femenino en el discurso. No se si es casualidad que se haya estrenado en el Día Internacional contra la Violencia de Género, pero es una buena forma de celebración.
No es
fácil escribir una historia en la que se entremezclen la violencia de género,
el colonialismo, el sistema patriarcal, la lucha política por el poder, las
formas de sumisión/dominación. O a lo mejor sí, porque así es en la vida misma. El
arte actúa muchas veces como un filtro que separa y nos da una lectura parcial en la que se
anula la visión conjunta de todas esas cosas (y algunas más) unidas en la vida real.
Quizá el análisis oculta más que revela y es necesario ver todo esto en su
conjunto para no perder de vista las conexiones. ¿Por que decimos que el arte "revela" cuando también —la
mayor parte de las ocasiones— oculta, distorsiona, niega la realidad para idealizarla
ante nuestros ojos? ¿Wakanda o Dahomey?
La
película de Gina Prince-Bythewood, escrita por Dana Stevens y Maria Bello, es
quizá un punto de ruptura con mujeres que deciden contar de otra forma mostrando
otras cosas. La realización se pone al servicio de una historia que nos habla
de otro tipo de relaciones a las que habitualmente nos tienen acostumbrados en el cine comercial. Hay
una plena intencionalidad y mucho de aguda precisión en el diagnóstico y en la
imagen resultante.
La
mujer rey es una película sobre el poder o, más precisamente, sobre qué
significa realmente el poder. Las poderosas y eficaces mujeres guerreras son
solo una pieza de la maquinaria montada por el poder del reino. Y este no es
más que una pieza de un poder más amplio, el de los conquistadores económicos,
los colonizadores esclavistas que condicionan todo el sistema para obtener lo
que quieren: esclavos.
Como se
nos muestra en la película, las guerras son solo momentos de un sistema
agresivo y violento, un sistema de dominación, que se reparte en una sociedad
patriarcal que usa a las mujeres tanto para venderlas como esclavas, casarlas a
la fuerza y — ¿por qué no?— usarlas como sistema defensivo, como guerreras que
tienen el alto privilegio de morir defendiendo al rey, un interesante personaje
que ha accedido al poder eliminando a los miembros de su propia familia.
La
película nos muestra cómo funciona el sistema de dominación y cómo, las mujeres
que vemos como heroínas —las guerreras ante las que hay que bajar la vista, las
que tienen el privilegio de vivir encerradas en un palacio, las que renuncian
al amor, a la familia... — no son más que una pieza más sobre el tablero del
poder.
Los
poderosos y los más poderosos constituyen un sistema en el que existen los
aparentemente poderosos y los que están faltos de cualquier poder, toda una escala. Pero incluso el hombre más humilde tiene un poder, el de
comprar y vender a sus hijas como esclavas, como esposas, con poca diferencia. Es una inversión, como ocurre
todavía y ha ocurrido siempre. ¿Qué diferencia hay entre el esclavista europeo y el que
vende a sus hijas como esclavas? ¿Qué diferencia hay entre el colonizador que
las compra y el padre que las vende o el rey que paga el tributo con mujeres
para ser vendidas y embarcadas rumbo a América? La única diferencia real es la
de poder imponer el precio de los tributos, la de fijar los precios.
La
película está bien escrita y bien contada. Son dos horas de cine que dan paso a
muchas otras de pensar lo que se nos ha ofrecido y contado, una historia
revisada sobre la Historia, sobre ese poder capaz de cambiar sus discursos para
mantenerse siempre en la cima controlando el conjunto.
Frente
a esto se ofrecen una alternativas que se desarrollan a través de las historias
díscolas de las que llegadas a un punto crítico se siente más solidarias entre
ellas, por su destino, que por lo que las normas guerreras les exigen, como
forma final de abandono de ellas mismas, de poder ser como ellas se sienten.
Como nos han contado analistas de las formas del poder (de Michel Foucault a Judith
Butler, esta última especialmente al centrarse en el género), el esclavo
interioriza las formas del amo, lo que crea esa dependencia. La lucha que se
nos muestra es precisamente la de liberarse de aquello que ha crecido como un
falso poder y que no es más que una férrea dependencia. Por eso la película nos
muestra el desvío de la dependencia hacia otras formas que habían sido
anuladas, como la maternidad o la verdadera amistad. El poder necesita todo
nuestro amor, es absorbente y celoso.
Si la
película resulta fascinante en sus planteamientos, no podemos dejar de
mencionar el extraordinario reparto y la forma en que es capaz de transmitirnos
esos conflictos internos, de la amistad a la maternidad o el enamoramiento. Por
muchas batallas que veamos en la película, por muchas peleas, el verdadero
conflicto es el que llevan dentro, el que les define y oprime impidiéndoles
vivir por ellas mismas.
Cualquier
cosa buena que se diga de la actriz Viola Davis es repetirse; lo que nos ha
ofrecido en tantas interpretaciones extraordinarias es un verdadero legado. Aquí
nos ofrece una gran interpretación, quizá llevada por la misma motivación de la
historia, con la que es posible identificarse en muchos planos.
Junto a
Davis, merece una especial mención el extraordinario trabajo de Thuso Mbedu (Nawi)
como la joven que se enfrenta al marido al que la quieren vender y acaba dentro
del palacio donde se encuentran las mujeres guerreras. Ella será el detonante
de los acontecimientos y la que haga aparecer las contradicciones de esa forma
"privilegiada" de esclavitud. Su trabajo merece un enorme aplauso
porque es capaz de transmitir la compleja gama de sentimientos que la tienen en
constante conflicto.
La
película cuenta además con dos enormes actrices, Lashana Lynch (Izogie) y
Sheila Atim (Amenza). Son los personajes que permite expresar tanto a Nanisca
(Viola Davis) como a Nawi (Thuso Mbedu) lo que piensan y sienten dadas las
barreras jerárquicas existentes y el control de las emociones. Sus trabajos son
impecables.
El
trabajo de la dirección se maneja entre las escenas intimistas y los momentos
físicos, los de los entrenamientos militares y los de las batallas, mostradas
en su dimensión cruel. Las guerreras se han convertido en máquinas de guerra al
servicio del poder y eso hace necesario deshumanizarlas en la lucha, hasta que
eso cambia y la batalla muestra la dimensión emocional que las devuelve su
humanidad.
"La
mujer rey" posee una hermosa fotografía que nos muestra tanto los primeros
planos de los rostros, con los que se expresan las emociones, como los paisajes
del mundo que recorren con sus acciones guerreras. Especialmente bien
coreografiadas las batallas para mostrarnos lo que hemos señalado, esa
deshumanización que supone la violencia. El montaje es fluido y sabe aprovechar la buena labor interpretativa para ofrecernos en un mismo plano a dos actrices en pleno trabajo expresivo. Así ocurre con las diferentes parejas en las conversaciones, en los momentos de expresión conjunta. De esta forma se aprecia en su densidad la sinceridad y emoción de las interpretaciones.
Joaquín Mª Aguirre
La
mujer rey (2022)
Directora: Gina Prince-Bythewood
Guionistas: Dana Stevens y Maria Bello
Intérpretes: Viola Davis, Thuso Mbedu, Lashana Lynch, Sheila
Atim, John Boyega, Jordan Bolger, Hero Fiennes Tiffin, Jimmy Odukoya, Masali
Baduza, Jayme Lawson, Adrienne Warren, Chioma Antoinette Umeala, Siyamthanda
Makakane, Shaina West, Sivuyile Ngesi, Riaan Visman, Seputla Sebogodi,
Angélique Kidjo
Nacionalidad: USA
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