Se ha
estrenado la primera parte de lo que parece que tendrá una segunda, un Dune 2 (para estrenar en 2023) y otra
tercera entrega destinada a ser una serie de televisión. Toda una apuesta por
un futuro que hasta que no ha llegado a las salas parecía tener mucho en
contra. Sin embargo, Villeneuve ha sabido contentar a los lectores que aman Dune y que no tienen buen recuerdo del
filme de Lynch.
De Dune se puede decir que sus dos horas y
media de metraje no se sienten, que te verías con gusto esa segunda parte por
llegar. Y también muchas otras cosas que se irán desgranando en esta reseña del
filme.
Creo
que es importante empezar por qué representa Villeneuve a la vista de sus
películas anteriores. Creo que como director saber construir una historia
sólida, sin flecos; tiene un gran sentido del ritmo cinematográfico y,
finalmente, un estilo plástico característico capaz de dar el tono adecuado al
filme. Es decir, Villeneuve tiene un marcado sentido del estilo, concibe el cine
como un lenguaje integral, compuesto por todos esos elementos.
La
historia de Dune es enrevesada, densa;
eso proviene de un mundo complejo, creado por Herbert. Si comprobamos las dos
películas de ciencia-ficción anteriores de Villeneuve, comprobamos que
transcurren en dos mundos muy distintos, pese a ser terrenales. En la llegada
era importante que el mundo creado fuera igual al nuestro, pues así lo vivimos
en primera persona. Algo muy distinto al ambiente creado en Blade Runner 2049, donde se aleja de
nuestro mundo y, a la vez, mantiene un equilibrio con el del Blade Runner de Scott, para acabar
creando un segundo universo al que se llega, de una visualización completamente
diferente, pero muy eficaz.
Para Dune, Villeneuve y su equipo han tenido
que crear un mundo y una mirada, dos aspectos que se unen, pero que no son lo
mismo. Hay que crear un mundo primero para poder mirarlo después. Crear el
mundo sabiendo cómo debe resultar tras nuestra mirada es un proceso que no está
al alcance de cualquiera en muchos sentidos. Villeneuve creando un mundo
sombrío espectacular para luego atomizarlo en pequeñas unidades, fragmentos que
lo convierten en una abstracción; crea espacios inmensos para llenarlos de
juegos de sobras posteriormente. Levanta espacios para luego centrarse en los
sueños, en las visiones, que son como pequeños destellos.
Todo esto
quiere decir una cosa importante, que Villeneuve sabe que todo lo que el cine
construye es para destruirlo después bajo las miradas que configuran los planos
y su dinámica interna. Al final no importa lo grandioso, sino lo que cabe en el
plano y lo que cabe en el plano es lo que se necesita para que el filme nos
lleve hacia su final.
El
guion de Dune es sólido y permite que la historia no se desperdigue demasiado
entre conflictos y lugares. Pero es sobre todo en la actuación donde se les da
consistencia psicológica a los actores. Allí donde muchos filmes de ciencia
ficción se centran en las salas de máquinas, controles y grandes naves, en Dune
lo esencial es el drama humano, en la ambición y la traición, que son los móviles
de alma humana desde los griegos en adelante. Las tragedias no necesitan de
escenarios porque su materia son las ambiciones e ilusiones humanas, los sueños
fallidos. Villeneuve tiene un innato sentido para la tragedia humana, es decir,
sabe poner el foco en lo que realmente atrapa y no solo en lo espectacular.
Para
ello cuenta con dos actores que llevan el peso en primer término una creciente
Rebecca Fergusson que demuestra que es válida para cualquier papel, pasando de
las peleas de las Mission Impossible
(le quedan 2 por estrenar) o la malvada Rose the Hat en Doctor Sueños (2019) al papel de madre vigilante del joven Timothée
Chalamet. Como actriz, Ferguson es de una versatilidad enorme, lo que implica
inteligencia interpretativa, saber adaptarse a lo que se quiere transmitir y
ponerse al servicio del proyecto.
Thimothée
Chalamet es el centro del filme como Paul Atreides. Sobre él gira la trama,
sobre lo que le ocurre, sobre lo que cree que ocurrirá y sobre lo que ocurrirá
realmente. Chalamet también incluye —a sus 24 años— una cierta cantidad de
buenos filmes, del Mujercitas, de
Greta Gerwig, al Interestellar
(2024), pasando por Lady Bird (Greta
Gerwig) o Call Me by Your Name (Luca
Guadgnino), ambas de 2017. Empezó con pequeños papeles en comedias y ha acabado
siendo un actor necesario para mostrar esa profundidad de la duda que no todos
saben transmitir.
También
Zendaya se nos va presentando en esta primera parte para alcanzar protagonismo,
esperamos, en la segunda parte de este filme, para la que habremos de esperar
más de un año.
Otro
actor que se ha consolidado es Oscar Isaacs, sólido en su papel del Duque,
padre de Paul Atreides. El reparto se amplía con actores sólidos, como Josh
Brolin, que no se pierde fantasía alguna; una encubierta Charlotte Rampling; y
un reconocible, pese al maquillaje y las sombras, Stellan Skasgard. Jason Momoa
y Dave Bautista hacen de héroe y villano respectivamente con convencimiento.
Javier Bardem aparece en la segunda parte del film y suponemos tendrá un papel
destacado en el segundo filme.
El
estilo de Villeneuve nos muestra la historia con un gran sentido visual. No se
trata de mostrar lo grandioso de los espacios, sino del ritmo visual, de sabe
crear una sensación en quien mira, en el espectador al que se le ofrece un
mundo sombrío en el que la oscuridad moral está acorde con esa oscuridad en la
que deben preservarse unos para que no se vea su monstruosidad y otros para
sobrellevar el calor que les destruye.
Dune ya
nos está haciendo desear que llegue esa segunda parte para ver a nuestro joven
Paul y a su madre en nuevas aventuras que confirmen su destino.
Joaquín Mª Aguirre
Dune
(2021)
Director:
Denis Villeneuve
Guionistas:
John Spaihts, Denis Villeneuve y Eric Roth
Nacionalidad:
USA, Canadá
Intérpretes:
Timothée Chalamet, Rebecca Ferguson,
Zendaya, Oscar Isaacs, Josh Brolin, Dave Bautista, Charlotte Rampling, Javier
Bardem, Stellan Skasgard, Jason Momoa, Sharon Duncan-Brewster, Chen Chang...
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