Cuando
se asiste a la proyección de 1917, la
película de Sam Mendes son muchas cosas las que te pasan por la cabeza, muchas
ideas sobre lo que el cine puede o no ser. Lo que en sentido positivo pasa con
esta película, es lo que sucedía de forma negativa con Cats, anverso y reverso de un
arte racional y emocional. Los dos procesos se ponen en
marcha, conocimiento y emoción, como suele ocurrir con las verdaderas obras de
arte en cualquier arte. Y 1917 es una
obra de arte.
Lo que
experimentas mientras la ves te lleva a la salida a
pensar sobre lo que has visto, a revisar tu propias experiencias emocionales y estéticas.
He mencionado Cats como el reverso de 1917.
Lo que veíamos en Cats era el intento de presentarnos una pretenciosa obra
musical que se quedaba reducida a nada en una pantalla porque se había olvidado
que era una película. En la película de Mendes nos encontramos con un discurso sobre lo que significa el cine desnudado de cualquier parafernalia
exterior. 1917 es un ejercicio narrativo y visual, una pieza construida con mimo y esmero, sin márgenes.
La autenticidad del arte
consiste en desnudarse de lo que se ha ido formando a su alrededor para llegar
a su núcleo primitivo, su esencia, algo que el artista busca sin saber muy bien
qué es, pero que cuando lo encuentra descubre que era lo que buscaba. En 1917 el arte se hace sencillo y lo sencillo se hace arte. No necesita de secuencias espectaculares (las tiene), no necesita de efectos especiales (los tiene)... esta construida sobre la solidez de su proyecto, una historia personal que va ascendiendo a universal sobre el ser humano. Eso es lo que caracteriza al arte frente a la mera biografía.
Los
críticos se han centrado en lo que les parecía más llamativo del filme, su
pericia técnica para hacer sentir al espectador que era una sola toma. Eso da
sobre qué hablar un rato, pero lo complicado es dar el salto a lo que eso
implica como toma de decisión radical sobre la puesta en escena, la obra en sí
y lo que se nos trata de mostrar a través de ella.
Mendes
es un hombre que está acostumbrado (si eso es posible) a dirigir a Shakespeare
o a Chejov sobre un escenario, incluso ha dirigido musicales como Oliver. Pero
Mendes no ha utilizado el teatro (como en Cats), sino que ha aprendido en él la
profundidad de la experiencia humana, su complejidad y el absurdo del mundo en
el que sobrevivimos. Hay
una frase suya que lo explica bien: «All my films are linked by similar concerns, if
you look below the surface. They're all about one or more people who are lost
and trying to find a way through. It's no different with this one, it just
happens that they do find a way through.» Se refería a su película Un
lugar donde quedarse (2006), pero la descripción del fondo es la misma: gente
perdida tratando de encontrar un camino. Aquí, en 1917, esto se convierte en literal.
No se deje engañar, esta película está más cerca de Camino de Perdición o de Revolutionary Road, que de las de acción, por más que Mendes le haya dado un toque existencial a Bond. Esto no es una película de acción, por más que no se pare en la película. Tampoco tiene mucho que ver con Salvar al soldado Ryan, como señalan otros. Tiene más que ver con lo existencial de Sin novedad en el frente (Lewis Milestone 1930), que con otras películas bélicas. Pero la forma de promocionar hoy las películas es implacable.
No se deje engañar, esta película está más cerca de Camino de Perdición o de Revolutionary Road, que de las de acción, por más que Mendes le haya dado un toque existencial a Bond. Esto no es una película de acción, por más que no se pare en la película. Tampoco tiene mucho que ver con Salvar al soldado Ryan, como señalan otros. Tiene más que ver con lo existencial de Sin novedad en el frente (Lewis Milestone 1930), que con otras películas bélicas. Pero la forma de promocionar hoy las películas es implacable.
Sin novedad en el frente (1930) |
En el
aspecto técnico, la película es un reto excepcional. No se trata ya de
movimientos de la cámara, sino de mantener la coherencia de los planos
producidos por el propio movimiento, un montaje interno. En ocasiones, este
tipo de prácticas de largas secuencias derivan hacia una forma más documental.
No es esto lo que ocurre en 1917, sino más bien lo contrario. La imagen que
surge en el movimiento continuo pasa a ser profundamente expresiva aprovechando
al extremo lo que podía quedar, en mitad de la preocupación por la continuidad
del movimiento. Con una cámara, sin cortes de planos que posibiliten un montaje
posterior, la dirección convierte el mundo en un ballet, en un movimiento de
danza para crear las necesarias transiciones que permitan tanto el movimiento
natural de los actores en el espacio, como el movimiento dentro del plano para
la composición expresiva adecuada. Solo de esta segunda manera podría hablar de
un lenguaje. Por decirlo así: al reducir las posibilidades del lenguaje (el
corte de los planos, los encuadres, los puntos de vista diferentes...) como una
decisión estilística, Mendes concentra en los recursos disponibles toda su
energía visual. Se autolimita para conseguir el efecto inicial que busca, sobre
el que va construyendo el filme.
Desde
el punto de vista técnico, la película es una exhibición de cómo la técnica
puede desaparecer, volver invisible. No es posible hacer una película como esta
sin usar una serie de recursos técnico. Pero Mendes los usa en la dirección
contraria, para mostrar la eficacia de la desnudez, de la sencillez, dejando que
sea esta la que impacte sobre nuestra vista y oído. La continuidad hace que vivamos
la película no subjetivamente, sino como observadores condenados a no dejar de
mirar. En esta mirada es esencial la forma naturalista de la fotografía, que aprovecha la luz o la falta de ella para caracterizar los espacios y la forma de sentirlos.
Sam Mendes
nos hace movernos por espacios abiertos que se llenan con miles de soldados,
como la escena magnífica de la entrada en las trincheras en formación de
columnas o el salto a campo abierto, con momentos en los que el espacio se
reduce a la nada, como en el interior de las trincheras alemanas. En todas y
cada una de ellas, el espacio mantiene una dimensión doble, real y simbólica.
El director consigue que la obra se mantenga en una equilibrio perfecto entre
esos dos ámbitos. Lo naturalista no mata lo simbólico y lo simbólico no mata lo
naturalista.
Como
película itinerante, su estructura está marcada por los encuentros en el
recorrido. Recurre al más antiguo de los motivos narrativos, al viaje, metáfora
de la vida misma en su recorrido. Y eso es 1917,
un viaje hacia el infierno en el que la supervivencia es una forma de
aprendizaje. La guerra se convierte en un escenario del absurdo humano en el
que lo único que se puede hacer es sobrevivir... y una generosidad redentora
que anula la reducción a un primitivismo egoísta. El mundo es absurdo, solo le
dan sentido los actos de desprendimiento que nos devuelven la humanidad, no en
un sentido de cantidad, sino de cualidad y de calidez.
El
filme tiene secuencias extraordinarias en la que no necesita de la palabra para
transmitir proclamas. La guerra es barbarie porque es la mayor deshumanización.
No es la violencia de la naturaleza sino la violencia absurda. Esta se
escenifica en la secuencia del aviador, que se convierte en el centro del
absurdo y cierra la primera parte de la película. La segunda parte nos deja en
solitario al soldado Schofield abandonado a su suerte, la parte más lírica,
especialmente la desarrollada en la noche terrible, con la persecución, hasta
llegar al momento culminante de la escucha del himno Wayfaring Stranger. Es en esta parte donde se desarrolla la
persecución nocturna y la asombrosa secuencia del río. "Fuego" y "agua"
se convierten en los elementos básicos simbólicos de esa desnudez, como antes
los fueron "tierra" (las trincheras) y "aire" (el combate aéreo)
que completan el cuadro elemental antes del "renacimiento" del
personaje.
Película
extraordinaria que nos muestra que es posible hacer un cine arte que conviva con otras formas. Es posible todavía escribir
guiones porque hay algo que decir y unas formas nuevas de decirlo, que el arte
no se han agotado, girando sobre sí mismo, sino que puede hacernos sentir
todavía emociones nuevas en una butaca.
La
elección de los intérpretes nos da una muestra del sentido de "obra"
que Sam Mendes le quería dar. Los actores más conocidos quedan relegados a
momentos específicos, puntuales, mientras que la continuidad es desarrollada por
Dean-Charles Chapman (el cabo Blake) y George MacKay (el cabo Schofield), que
hacen un trabajo meticuloso con sus actuaciones transmitiendo su inocencia y la
esencia del absurdo existencial, cómo sobrevivir a nuestras propias decisiones.
Estas se transforman en situaciones que nos crean una fatalidad de la que no
podemos escapar. En la pregunta de Schofield a Blake, "¿por qué me has
elegido?" se encierra el sinsentido. Después tendrá una travesía por el infierno, un morir y un renacer. El renacimiento es la oportunidad, que no todos tienen, de aprender del mundo.
En este
sentido, el guión es esa sucesión de acontecimientos que revelan ese absurdo,
esa suposición constante sobre el futuro desde un presente que nos muestra la
fatalidad de un universo oscuro y sin piedad. No hay recompensa para las buenas
acciones; solo el acto voluntarioso de la piedad hacia el que sufre, que a
veces tiene su propio castigo, como se nos muestra. Puede que el mundo no tenga
piedad, pero nosotros sí podemos tener piedad con el mundo.
El
himno que cantan los soldados es una esperanza que se verá en unos campos muy
distintos, los de batalla:
I'm just
a poor wayfaring stranger
Traveling through this world below
There is
no sickness, no toil, nor danger
In that
bright land to which I go
I'm
going there to see my Father
And all
my loved ones who've gone on
I'm just
going over Jordan
I'm just
going over home
I know
dark clouds will gather 'round me
I know
my way is hard and steep
But
beauteous fields arise before me
Where
God's redeemed, their vigils…
En esta
escena, el magistral movimiento de la cámara parte del personaje y vuelve a
ella tras recorrer a los cientos de soldados que van a dar el salto a la
batalla. El rostro entre la multitud lo dice todo. Ellos cantan y confían; él
sabe.
Si tuviera que emparentar este filme de Mendes, lo haría con
Rashomon (1950), el filme ya clásico de Akira Kurosawa. Al final, tras la guerra,
la destrucción, el horror..., la esperanza humana es salvar a un niño de todo
eso. Es el gesto, probablemente, optimista de
pensar que el mundo puede ser un lugar mejor en el futuro.
Cuando el presente se hace insoportable, es el futuro donde
se pone la esperanza. Cuando todo es caos y absurdo y no hay explicación que
sostenga el mundo en pie, la guerra acaba generando un solo sentimiento: volver
a casa, encontrarte con los que te quieren. Mágnifico plano final, suprimiendo cualquier tentación (¡tan norteamericana!) de hacer discursos finales. Las fotos son suficientes.
Película grandiosa en lo técnico y con la sublime sencillez existencial
del mensaje que se desprende de ella. Puede que el mundo sea un caos, pero un
poco de bien está en nuestras manos. Aunque el mundo no lo tenga, podemos hacer
algo por él que le dé un mínimo de sentido, aunque sea para poder seguir y
regresar, como Ulises, a casa.
J.A.
1917 (2019)
Director: Sam Mendes
Guionistas:
Sam Mendes y Kristy Wilson-Cairnes
Intérpretes:
Dean-Charles Chapman, George MacKay, Colin Firth, Mark Strong, Benedict
Cumberbatch, Richard Madden, Claire Duburcq
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