sábado, 17 de agosto de 2019

Érase una vez en Hollywood o el actor y su doble



La esperada película —la novena, novena— de Quentin Tarantino ya está aquí, estrenada a mediados de un agosto caluroso, epílogo del julio más caliente que recordamos. Precedida por las mejores críticas (salvo la de aquellos a los que les gusta llevar la contraria por sistema), creo que cumple las expectativas creadas.
Creo que el éxito de esta película no son sus homenajes, citas, etc. que los críticos y cinéfilos acaban buscando, sino la redondez de su historia, algo que no siempre es evidente en otras películas, al menos desde mi punto de vista.
Érase una vez en Hollywood es una buena historia y por esos se sostiene en pie, avanza con ritmo y permite a los actores construir sus personajes adecuadamente. Por decirlo así: tiene lo que le gusta a los incondicionales de Tarantino y tiene mucho menos de lo que no gusta a los que no comulgan con sus principios cinematográficos.
Desde el punto de vista formal, la estética es impecable. No me refiero al color, al montaje, a los movimientos de cámara, etc. sino al conjunto a todo ello interactuando. Una cosa es el análisis —separar— y otra la percepción de la película que, como toda obra de arte, debemos percibir como un todo, como una "forma". Creo que se consigue en esta película.


La historia está ´presentada de forma cronológica con insertos constantes de los recuerdos o hechos asociados a los personajes. La historia va avanzando mediante la explicación de las relaciones y crisis de los personajes de un Hollywood en crisis en una América en crisis, contradictoria, incoherente.
Creo que el logro de Tarantino con la historia es jugar precisamente con lo que como espectadores sabemos, la historia de Charles Manson y la "familia" y del asesinato de Sharon Stone, la esposa del director Roman Polanski, junto a unos amigos en su casa de Hollywood, uno de los crímenes más conocidos en la historia. La imagen de Manson es un icono de los años sesenta, forma parte de la cultura pop. Es el lado oscuro de la contracultura norteamericana o, si se prefiere, la cara oscura de la misma sociedad, como creo que se sostiene.


Finales de los 60 es un periodo complicado, con la guerra de Vietnam, con los movimientos anti autoridad (militares, policía, política....) en donde reina un nuevo dios, la televisión, con un cine en crisis... y una sociedad en crisis. Es la explosión de la cultura y de la contracultura pop, algo que es subrayado tanto por la recolección de imágenes como por la banda sonora. Se muestra un entorno mediático, de cine, radio y televisión, en constante presión sobre las personas. Es el agua de la pecera. Y en esa pecera se mueven nuestros tiburones y pirañas, y algún ser inocente, tal como se retrata a Sharon Tate con una magnífica Margot Robbie trasmitiendo vitalidad.
La construcción del personaje del actor y su doble, un Leonardo DiCaprio en crisis como héroe, convertido en villano de series televisivas, y un Brad Pitt, el hombre duro, es el centro de esta historia coral, un retrato de época. 
Al retrato inicial de un Hollywood buscando nuevas vías, le sigue la progresiva entrada de la historia conocida, lo real de la ficción. Como espectadores vamos creando expectativas y seguimos lo que desconocemos desde lo que conocemos. Tarantino lo sabe y lo usa para llevarnos hacia un final que esperamos, dándonos el que él ha preparado, su final.


La labor de ambientación de la época es magnífica, cuidada al detalle en todos los órdenes, moviéndonos por una ciudad verosímil, plagada de neones con los lugares de entretenimiento y las películas del momento. La música, la televisión, los noticiarios, la prensa... Todo es medio. Y el medio es el mensaje.
La forma de narrar reconstruye el pasado de los personajes principales mediante escenas de sus películas, de sus programas de televisión, y de sus recuerdos, como notas a pie de página, cuando surge la mención de algún acontecimiento. Son las películas privadas de cada uno. Es lo que la gente ve y valora de ellos. Nadie es más que su imagen; solo carne imperfecta, ocasión de ganancias.
Hay muchas escenas memorables por sus diálogos, por los juegos técnicos (como la repetición por la pérdida de diálogos en los rodajes). La fotografía es magnífica, con un color de época que define bien los 60, brillante, dando unidad. Igualmente, las recreaciones nocturnas con los paseos peligrosos en el mundo de la noche.
La frontera entre la historia (la que conocemos), la película (el mundo en el que viven) y las "películas" (las que ellos ruedan) es porosa por el juego de la historia real y de las ficciones ante las que estamos. ¿Qué es real en un mundo tan falso como el de Hollywood?
Los trabajos de los actores se desarrollan con fluidez y convencimiento, sus personajes funcionan y eso hace mucho. Hay secuencias estupendas, como las de Brad Pitt con Bruce Dern y con Margaret Qualley, la de Margot Robbie en el cine o la de DiCaprio con su partenaire infantil (Julia Butters). 
Buenos trabajos de DiCaprio y Pitt a lo largo de la película, este con un personaje duro que se debe sentir como el contrapeso de un desquiciado DiCaprio. La estrella Rick Walton preocupado por la mirada de la cámara y los espectadores; Cliff Booth, su doble, escondido dentro de Walton, el hombre visible e invisible.
La película es un juego con el espectador, un juego entre lo que sabe, lo que e espera y lo que le dan. En este sentido, se juega con nuestra percepción de la realidad y de la ficción. Discutir la historicidad y no la verosimilitud es trabajo vano.
Merece la pena la película de Tarantino más allá de los juegos de inserción de personajes reales, citas cinéfilas o muestras de la cultura pop. No soy fan habitual de Tarantino. Esta me ha gustado.
 J.A.



Érase una vez en Hollywood (2019)
Dirección y guión: Quentin Tarantino
Intérpretes: Leonardo DiCaprio, Brad Pitt, Margot Robbie, Al Pacino, Margaret Qualley, Dakota Fanning, Timothy Oliphant, Bruce Dern, Kurt Russell, Mike Moh...


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