domingo, 21 de abril de 2024

Guerra civil (Alex Garland 2024)

 

La última vez que en Estados Unidos se produjo una película sobre "guerra civil" se refería a los Vengadores de Marvel. Las demás lo han sido del enfrentamiento histórico entre el Norte y el Sur, con producciones tipo Lo que el viento se llevó. El británico Alex Garland —el director que debutó espectacularmente con Ex-Machina (2016)— nos trae una película que algunos llamarán distópica en un deseo de mitigar lo que puede llegar a ser "tópica".

Las tensiones políticas en los Estados Unidos, la polarización alcanzada han llevado a periodistas, políticos, ensayistas, escritores, etc. a hablar abiertamente del riesgo de una "guerra civil", produciéndose este curioso fenómeno en el que ya no es la ficción la que se adelanta como "anticipación", como suele ocurrir, sino lo contrario: la realidad se adelanta a la ficción. El titular en The New York Times del artículo titulado "'Civil War' and Its Terrifying Premonition of American Collapse", firmado por Michelle Goldberg y publicado el 12 de abril pasado no deja muchas dudas cobre cómo han percibido muchos norteamericanos esta película tras el asalto real al Capitolio y las palabras recientes de Trump sobre un "baño de sangre".

La película —con guion y dirección de Garland— contiene los suficientes elementos como para no dejar indiferente a nadie. El primer problema que plantea es su adscripción genérica, ¿a qué género pertenece? El género supone generalmente una especie de barrera protectora. La historia de esta guerra civil está demasiado próxima en el tiempo como para distanciarnos de ella; no hay armas distintas de las que podamos tener hoy en día y no hay escenarios tecnológicos diferentes. Es la América "real", donde no hay puntos de ruptura con el presente o el pasado. Sucede en un mundo tan nuestro que solo puede existir en paralelo. El cambio está simplemente en que se ve lo que solamente se dice, esa "guerra civil" en la que se dice con enorme realismo que disparas a los otros porque te disparan a ti, que, ante la duda, "vale más un amigo muerto que un enemigo vivo".

La película nos traslada a un viaje hacia la Casa Blanca, donde se quiere entrevistar, antes de que sea demasiado tarde, al presidente de los Estados Unidos. Es el viaje de un grupo de periodistas y foto periodistas en un recorrido por el que se van enfrentando a la irracionalidad, a la violencia creciente, hasta llegar al frente, hasta encontrarse con las tropas que asedian la residencia presidencial.

El viaje reúne a cuatro personas, dos periodistas y dos mujeres fotógrafas. El viaje tiene un sentido iniciático para la más joven (Cailee Spaeny), que desea ser fotógrafa, mientras que es la llegada a un punto de hastío para la profesional experimentada, un mito viviente, el personaje encarnado por Kirsten Dunst. Les acompañan un periodista joven (Walter Moura), ansioso de encontrar la exclusiva de su vida con la entrevista presidencial, y un viejo periodista (Stephen Henderson) en sus últimos momentos.


De esta doble tensión —experiencia vs inexperiencia— surge gran parte de la tensión, pues cada uno responde según su experiencia vital a lo que supone la guerra, un brutal  y sangriento caos o la oportunidad profesional de destacar por encima del desastre.

Hay una frase dicha por el personaje de Kirsten Dunst —"nosotros no juzgamos, contamos para que otros juzguen"— que viene a ser la frontera interior del relato. ¿Hasta qué punto se puede pasar por la vida sin juzgar lo que tienes delante? Esa es la verdad a la que tendrán que enfrentarse conforme crece la violencia que les rodea, cada vez que se enfrentan a la muerte propia o ajena.

El refugio estético, la trinchera fotográfica, la barrera de la cámara que sostienen frente a su cara no es suficiente. En este sentido de la justificación informativa para estar allí, para ser meros observadores, es uno de los ejes de la película y que se traslada a los propios espectadores, como destinatarios finales de esas imágenes que muestran el horror, un horror por el que compiten a golpe de fotografía. "¡Qué subidón!", gritará el periodista ante lo que se desarrolla ante su mirada.

La película es brutal en sus imágenes y profundamente reflexiva en los efectos que desata en aquellos que no estén contagiados de la misma indiferencia, en esa búsqueda de "subidones" que hace que muchos necesiten de la violencia para sentirse vivos.

La necesidad de arriesgar la vida se nos muestra como un recorrido desde la indiferencia, un intento de sentirla desde el límite. Mientras esa situación está controlada, las cámaras observan. Cuando son ellos el objetivo, la cuestión cambia.

Una película de estas características necesariamente tiene que traernos el realismo de lo brutal para sacarnos de la butaca y meternos dentro. A esto contribuye el propio realismo del sonido, esos disparos que te envuelven, esas explosiones que sientes en la piel como vibraciones que te incomodan, que te impiden distanciarte.

La música se usa como contraste irónico en muchas ocasiones, de la misma forma que los silencios. No te distancian de lo que ocurre, sino que te hacen comprender ese juego en el que viven los propios personajes sobre la escena.

La estructura clásica del viaje lleva de un punto inicial de autoengaño hacia uno final de revelación. La guerra es constante, está ahí con su brutalidad irracional, con su desprenderse de cualquier elemento racional y dejar al descubierto lo que supone de poder de decidir sobre la vida y la muerte de los otros. Los personajes, en cambio, muestran distinto grado de fascinación, incluso podríamos hablar de adicción hacia la violencia. En ese sentido, la película nos muestra esas diferencias de la que los personajes dan cuenta.

Las interpretaciones reflejan esas transiciones en cada caso. Del desengaño de la fotoperiodista, desengañada, saturada de violencia, a la atracción fascinada de la que quiere ser como ella, llegar hasta donde ella llegó sin ver las consecuencias.

Los cuatro actores principales cumplen perfectamente en esa función. Igualmente, los episódicos que van encontrando por el camino, especialmente la decisiva secuencia con el sociópata Jesse Plemons.

La realización de Garland juega con esa doble dimensión, la descomposición de la realidad en imágenes fotográficas y el realismo documental en ocasiones con la cámara en mano para acercarnos a esa violencia que fascina a unos y nos repele a muchos. "Dame un titular" viene a ser la frase que nos dice ya casi todo, como comprenderán al ver la película.

El fenómeno cinematográfico va por una parte; por otro el político y social. "Guerra civil" no es solo una película, es algo más. Y como tal los debates se extenderán sobre su grado de plausibilidad. ¿Es ese futuro próximo, como algunos auguran? Garland no muestra causas de la guerra; le basta con mostrarnos la fascinación de la violencia, la supresión de cualquier regla o responsabilidad para el ejercicio de la violencia brutal, convertida en elemento de fascinación.

Las reglas humanizan porque regulan la convivencia. Garland nos muestra un mundo sin reglas o, si se prefiere, con solo una: quien tiene el arma manda; tu vida no vale nada. No hay otra lógica y eso ha sido resaltado por alguna crítica. Da igual por lo que peleen.

La respuesta de la crítica norteamericana —como era de esperar— es variada. Unos le acusan de efectista, otros incluso de cobarde por no haber ido más allá. Es normal que esto ocurra en un espacio, como el norteamericano, con las imágenes del asalto al Capitolio —nunca se exagerará la importancia reveladora de este hecho— en mente, todavía frescas, casi una especie de precuela de una película inexistente que ahora toma forma. 

Algunos querrían una película más "política", con más indagación en las causas, pero creo que estas no necesitan ser indagadas en el filme, sino en la realidad, que es donde se genera. Hacer una "distopía" tan cercana a la realidad no es sencillo. 

¿La realidad es la "guerra"? Puede que no, pero sí que está en la mente de muchos ese deseo visionario de acabar con un mal que es lo que los otros representan. Tras eso, todos los demonios en tromba. La guerra civil norteamericana ha sido llevada muchas veces al cine, pero eso era el pasado. Esto es otra cosa. El "me importa un bledo", de Red Butler en Lo que el viento se llevó adquiere aquí un extraño y revelador sentido.

Joaquín Mª Aguirre

 


 Guerra civil (2024)   

Dirección y guion: Alex Garland

Intérpretes: Kirsten Dust, Wagner Moura, Cailee Spaeny, Stephen Henderson, Jesse Plemons, Jonica T. Gibbs...

Música: Geoff Barrow, Ben Salisbury

Producción: USA, Reino Unido


martes, 5 de marzo de 2024

Monstruo (Hirokazu Kore-eda 2023)

 A veces el cine tiene que demostrarnos que ver no significa comprender, que las cosas son vistas desde ángulos distintos, que el "ver para creer" es algo ilusorio. La película del gran director japonés Hirokazu Kore-eda no solo es una lección de cine, sino una lección de vida.

La historia que Kore-eda nos cuenta es una subversión del mirar y, por ello, de la neutralidad objetiva de la mirada. Todo ocurre a la vez y solo el relato (en cualquiera de sus versiones, como novela, cuento, película...) nos hace creer en la linealidad. Lo expresaba Aldous Huxley en los primeros párrafos de El genio y la diosa: solo lo escrito tiene sentido; la vida no. Comprendemos películas y novelas, pero apenas podemos comprender lo que ocurre ante nuestros ojos, que no es sino el resultado de miles y miles de líneas que se cruzan en ese punto.

La película de Hirokazu Kore-eda es un recordatorio de que el papel del espectador, agracias a un artificio constructivo, es el de fingir que la vida tiene sentido y olvidar por unos instantes la ficción de la ficción.


Monstruo es un ejercicio estilístico que nos muestra esa realidad del sin sentido hasta que parece tenerlo. Pero quizás nuevos giros nos hagan cambiar de opinión. Una mirada en un instante, el descubrimiento de una zancadilla, por ejemplo, puede hacernos cambiar el sentido de lo que vemos, puede revelarnos algo y hacer trizas lo anterior. Quizá esa sea la sana perversión del arte, revelar y ocultar, hacernos olvidar lo que siempre ha temido el ser humano, el no comprender, el sentir que nos rodeas lo incomprensible a lo que creemos dar sentido.

La compleja historia que nos cuenta esta película, ganadora en Cannes del premio al mejor guion, obra de Yuji Sakamoto, nos lleva de niños a adultos, de familia a las instituciones educativas. Nos maneja a lo largo del filme para que vayamos modificando nuestras creencias, basadas en las apariencias, algo que pasa a ser consustancial en lo que se busca.

Las interpretaciones son capaces de establecer las máscaras sociales, la forma en que nos manifestamos y construimos unas identidades ajustadas a lo que necesitamos. La idea de máscara, necesaria ante la presión social, afecta a unos y otros, en todas las edades, quedando pocos espacios y momentos en los que se puede ser uno mismo.


Las interpretaciones de los niños protagonistas son lo suficientemente auténticas como para poder apreciar esa falsedad de lo que se vive, siempre con temor a los otros. Los adultos representan también esa mascarada, ese jugo del aparentar para poder mantenerse dentro de las instituciones.

La película, como hablan los niños refiriéndose a sus propios juegos, realiza un renacer continuo, un ejercicio de retroceso hacia una verdad que nos elude. Para ello la forma de estructurar la historia es esencial.

La película de Hirokazu Kore-eda nos muestra un buen momento del cine japonés, que se adentra en historias tras esas apariencias. Cuando Roland Barthes llegó a Japón dijo encontrarse en "El paraíso de los signos", título que dio al resultado libresco de su visita. Todo era signo, es decir, apariencia; todo debía "leerse", interpretarse. Eso se nos pide hoy, que regresemos más que al paraíso, al infierno de los signos.

Joaquín Mª Aguirre (UCM)

 

 

Monstruo (2023)*  

Director: Hirozaku Kore-eda

Guionista: Yuji Sakamoto

Música: Ryuichi Sakamoto

Intérpretes: Sakura Andô, Eita Nagayama, Soya Kurokawa, Hinata Hiiragi, Mitsuki Takahata...

Duración: 127 minutos

Producción: Japón

* Blue-ray

sábado, 2 de marzo de 2024

Dune. Segunda parte (Denis Villeneuve 2024)

 Denis Villeneuve cumple con las expectativas creadas con Dune (2021) en la continuación que se nos ofrece. La película es un deleite como espectáculo cinematográfico, una fusión entre un gran guion y una escenografía que manifiesta como forma cambiante y colores cálidos, una conjunción de abstracción y formalismo. El escenario, el planeta, es escenario y protagonista del filme.

El secreto de la fascinación que ejerce este Dune es precisamente lo que tiene de profundización en el poder y sus mecanismos perversos. De nuevo afloran los centros de poder y ambición, los manifiestos y los que se esconden en la sombra. Dune no solo habla del "poder" sino de quienes creen tenerlo; nos habla de las conspiraciones y de lo que tiene de credulidad y de ilusorio. El poder está al margen de lo real, una mezcla de lo que se desea y de lo que permanece oculto.

Villeneuve ha logrado convertir la realidad de las ambiciones en apariencias, pues todo lo que la película nos muestra es precisamente la vanidad ante un destino que solo algunos atisban a entrever en la maraña de sucesos. Dune nos muestra las distancias entre los que creen en lo inevitable y los que saben que es una fantasía manipuladora.

Esta vez vemos a un cada vez más convincente Thimothée Chalamet en su papel de Paul Atreides temiendo un destino que se la manifiesta en visiones y que no quiere aceptar. Sin embargo, es difícil resistirse a los que creen ciegamente en su destino.

La complejidad del argumento parte de su propia indagación en el ser humano, porque Dune no es una película de Ciencia-Ficción, algo que es puramente accesorio. Es una indagación sobre los hilos de las ambiciones que crean la Historia, es una cala en el ser humano tras los imperios.

Villeneuve crea una combinación perfecta entre el lirismo y la epopeya, entre el destino que nos atrapa y el deseo que nos ofrece las posibilidades de una ilusoria felicidad. El director pasa del primerísimo plano emocional—unos ojos, parte de un rostro— a los grandes planos que nos ofrecen las fuerzas desatadas del imperio.

No hay plano malo o sobrante en Dune 2. Todo está perfectamente encajado en una trama milimétrica que salta de un escenario a otro. Seguimos el ritmo de lo que se nos ofrece como si cabalgáramos esos gusanos gigantescos que se nos ofrecen entre las arenas del desierto.


A ello contribuye la película como una totalidad, algo que no siempre se logra. Dune 2 se ve y se vive. Sus dos horas y media de metraje nos dejan deseosos de más de saber cómo avanzan hacia lo catastrófico las distintas fuerzas que tratan de hacerse con el espacio y el poder dentro del gigantesco tablero del imperio.

Los actores, magníficos. Thimothée Chalamet mostrando esos movimientos internos de su peronaje; fenomenal Zendaya en su contención de la emoción y la atracción, la fe. Rebecca Ferguson, como también hace Charlotte Rampling, mostrando ese poder oscuro tras el velo. La incorporación de nuevos personajes nos trae a Christopher Walken, a Florence Pugh, a Léa Seydoux... que tendrán su recorrido en la próxima entrega.

En su momento, habrá que ver las partes de la saga de Dune en su continuidad. Habrá que comprobar la "emoción" y el "conocimiento" que van acumulando en cada entrega para comprobar su cohesión final. Hasta el momento, las dos partes dejan satisfechos a los espectadores.

Villeneuve ha ampliado el género de la Ciencia-Ficción. Lo ha hecho en el fondo y en la forma, dejando que los géneros fluyan libremente por la película dándole forma adecuada en cada momento para ajustarla a la trama y a los actores. El escenario ese desierto asombrosamente cambiante en su monotonía. De los espacios abierto sin fin pasamos a los estrechos barrancos, a las cuevas donde se adquiere una dimensión distinta.

Dune 2 es un espectáculo por ella misma, más de dos horas y media de buen cine. Es una indagación sobre la intriga de unos y la fe fundamentalista de otros, sobre cómo los que quedan en medio pueden tratar sus propias emociones o dejarse arrastrar por algo que no desean, pero a lo que son empujados.

Contamos ya los días para ver la tercera parte de algo que ya es grande.

 

Joaquín Mª Aguirre (UCM)


Dune 2 (2024)     

Director: Denis Villeneuve

Guionistas: Denis Villeneuve y Jon Spaihts, sobre la novela de Frank Herbert

Intérpretes: Thimothée Chalamet, Zendaya, Rebecca Ferguson, Austin Butler, Javier Bardem, Josh Brolin, Florence Pugh, Stellan Skargard, Christopher Walken, Dave Bautista, Léa Seydoux, Charlotte Rampling, Stephen Henderson

Producción: USA, Canadá

Duración: 166 minutos

domingo, 25 de febrero de 2024

Ferrari (Michael Mann 2023)


Los denominados "biopics" suelen tender hacia ciertos formatos próximos al documental. Ferrari, la película de Michael Mann con la vida del ingeniero y propietario de la famosa empresa automovilística, se aleja de ese modelo y va en busca de otros formatos.

El filme tiene tres niveles destacados: el automovilístico, con sus modelos y carreras; el empresarial, con la supervivencia de fondo; y un tercero, el fundamental, el que indaga en la relaciones personales entre Enzo (Adam Shiver), Laura Ferrari, su esposa (Penélope Cruz)) y su amante, Lina Lardi (Shailene Woodley).

Lo primero que hay que señalar son dos aspectos esenciales sobre los que se construye la película. El primero es la solidez del guion, basado en una obra biográfica del periodista Brock Yates (1933-2016). Las páginas de información de la película hablan de un proyecto que comenzó a tejerse en el año 2000, lo que significa más de 20 años para su estreno, múltiples actores propuestos para el papel principal y muchas manos en el proyecto. Finalmente está aquí, en las pantallas. Creo que el resultado merece la pena. El guion es muy sólido y los motivos profundos que marcaron la vida de Enzo Ferrari van saliendo a la luz a través de los diálogos y enfrentamientos entre los personajes.

Una película como esta solo sale a la luz con un compromiso de los actores con sus personajes. En esto los tres protagonistas cumplen con creces. Un convincente Adam Shiver, trabajando a fondo su personaje: un más que convincente Penélope Cruz en su papel pasional reprimido y una Shailene Woodley que logra encontrar un papel a su altura tras unos cuantos años sin dar con ello. Es un trío sobre el que se puede construir una historia compleja y convincente, subterránea y explosiva. El guion ofrece a los actores la posibilidad de convivir con ese dolor, con esas frustraciones interiorizadas que solo salen a la luz en los momentos en los que el director les crea un espacio en la película.

Hay momentos realmente emocionales entre los personajes, especialmente, entre una Penélope Cruz muy italiana y un Shiver recogido en su mundo de los negocios y una vida paralela con la que trata de convivir.

La película tiene una más que correcta dirección de Michael Mann, que sabe escoger esos momentos densos y darles el tratamiento visual adecuado para que los actores puedan expresarse con la intensidad requerida. Pese a los diferentes niveles y a su espectacularidad, Ferrari es un drama de descubrimiento sentimental, de explosión de lo reprimido bajo los silencios; es el afloramiento del dolor tras la máscara.


Pronto comprendemos que los coches, las carreras, el éxito no son más que bálsamos inútiles para el verdadero dolor, el que se manifiesta ante la visita diaria a la tumba del hijo perdido. Magníficas las escenas en esos diálogos que niegan la muerte para poder seguir viviendo.

Merece especial mención la magnífica fotografía de Erik Messerschmidt y el montaje de Pietro Scalia, que le dan empaque visual tanto en los momentos de intimidad como en la espectacularidad de las carreras.

Ferrari es una película meritoria, se sigue con interés en lo humano y en lo visual. A ello contribuye lo fluido de la historia con ese entrelazado de líneas antes señalado. Es una pena que ninguno de los dos guionistas llegara a ver en pantalla el filme, dado lo prolongado de su trayectoria. Que un proyecto vaya de mesa en mesa durante 20 años nos dice bastante de su complejidad, de las dudas y, finalmente, del interés despertado por un proyecto así, que da forma a la vida de Enzo Ferrari dándole un sentido que es probable que él mismo no pudiera percibir en la claridad que Michael Mann, los guionistas y los actores han sabido darle. Esa es la función del arte, dar formas y sentido a lo que puede no tenerlo; es una tentativa de explicación.

Podríamos entender esta película como una muestra de algo que solemos olvidar: la diferencia entre el éxito y la felicidad.

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)


Ferrari (2023)    

Director: Michael Mann

Guionistas: Troy Kennedy Martin (1931-2009) y Brock Yates (1933-2016)

Fotografía: Erik Messerschmidt

Intérpretes: Adam Shiver, Penélope Cruz, Sheilene Woodley, Gabriel Leone, Sarah Gadon, Jack O'Connell, Patrick Dempsey, Michele Savoia, Giuseppe Bonifati, Erik Haugen...

Duración: 130 minutos

Producción: USA, Reino Unido, Italia, China

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